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Por: Gabriela Arenas
Fotografía: Gabriela Arenas
Puede ser que en cada mirada estemos tratando de descifrar quienes somos, buscando en cada una de ellas nuestro propio reflejo.
Siempre que observamos un retrato, nuestra mirada intuitivamente se centra en la mirada del personaje, particularmente en sus ojos, que es donde se encuentra el peso visual de la imagen.
En “El Diccionario de las Oscuras Emociones”, John Koenig le da el nombre de “Opia”, a la intensidad ambigua del contacto visual. Todos estamos intercambiando miradas e intentando descifrar quienes somos. Esos tres segundos que cruzamos la mirada con alguien, generalmente nos hacen sentir invadidos, pero nos dan la oportunidad de descubrir nuevas sensaciones, pensamientos y sentimientos. Sin embargo, rara vez nos detenemos a mirar hacia “adentro” y dejar que nuestros ojos se adapten para ver lo que hay ahí.
Tal vez así es como se concentra la magia que encierra un retrato, en sentir, analizar y observar sin sentirnos vulnerables o expuestos a otra mirada. La visión del fotógrafo queda indisolublemente unida a la del retratado, su imagen queda inmortalizada en el lente, se crea una línea que atrapa la mirada del fotógrafo y la del espectador, creando un diálogo y complicidad entre los tres.
Puede ser que en cada mirada estemos tratando de descifrar quienes somos, buscando en cada una de ellas nuestro propio reflejo.
Fotografía: Gabriela Arenas
La mirada
en el retrato
Puede ser que en cada mirada estemos tratando de descifrar quienes somos, buscando en cada una de ellas nuestro propio reflejo.
Siempre que observamos un retrato, nuestra mirada intuitivamente se centra en la mirada del personaje, particularmente en sus ojos, que es donde se encuentra el peso visual de la imagen.
En “El Diccionario de las Oscuras Emociones”, John Koenig le da el nombre de “Opia”, a la intensidad ambigua del contacto visual. Todos estamos intercambiando miradas e intentando descifrar quienes somos. Esos tres segundos que cruzamos la mirada con alguien, generalmente nos hacen sentir invadidos, pero nos dan la oportunidad de descubrir nuevas sensaciones, pensamientos y sentimientos. Sin embargo, rara vez nos detenemos a mirar hacia “adentro” y dejar que nuestros ojos se adapten para ver lo que hay ahí.
Tal vez así es como se concentra la magia que encierra un retrato, en sentir, analizar y observar sin sentirnos vulnerables o expuestos a otra mirada. La visión del fotógrafo queda indisolublemente unida a la del retratado, su imagen queda inmortalizada en el lente, se crea una línea que atrapa la mirada del fotógrafo y la del espectador, creando un diálogo y complicidad entre los tres.
Puede ser que en cada mirada estemos tratando de descifrar quienes somos, buscando en cada una de ellas nuestro propio reflejo.
“Las palabras están llenas de falsedad o arte: la mirada es el lenguaje del corazón” - William Shakespeare
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