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Por: Diego García Carrera
Fotografía: Cortesía Diego García Carrera
“Tan pronto pasamos de soñar con una medalla de oro después de un año de entrenamientos brillantes a darnos el golpe del siglo con una actuación final desastrosa que, además de dolorosa, es profundamente inesperada. Y cuando la realidad ocurre, no avisa; se presenta ahí sin más. El mundo de repente te da un vuelco y, por mucho que desees cerrar los ojos y despertarte en otra situación, no puedes. La realidad sigue ahí cuando los abres”.
Fotografía: Cortesía Diego García Carrera
De soñar con medalla de oro
a caer en el miedo del coronavirus
“Tan pronto pasamos de soñar con una medalla de oro después de un año de entrenamientos brillantes a darnos el golpe del siglo con una actuación final desastrosa que, además de dolorosa, es profundamente inesperada. Y cuando la realidad ocurre, no avisa; se presenta ahí sin más. El mundo de repente te da un vuelco y, por mucho que desees cerrar los ojos y despertarte en otra situación, no puedes. La realidad sigue ahí cuando los abres”.
Este es un texto íntegro de Diego García
Carrera , un joven deportista madrileño
quien ayer soñaba con ganar una medalla de oro en atletismo, y ahora, su mayor
anhelo es que esta pandemia acabe de una
vez por todas.
“Las tempestades siempre pasan..”
Ya son seis las semanas que llevamos los españoles
obligados a permanecer en casa.
47 millones de personas que tendremos que
esperar, al menos, tres semanas más para atisbar
un mínimo de libertad de movimiento.
Sólo están permitidos los desplazamientos para
comprar alimentos, ir al hospital o atender a mayores
dependientes, así como para acudir a los trabajos que
se consideran esenciales.
No cumplir con estas órdenes representa un peligro y, además, un riesgo de recibir una gran multa
de la policía. Sólo en la capital de España (Madrid),
los desplazamientos se han reducido en más de un
90% por ciento.
Pero la alternativa de salir a la calle tampoco resulta
muy apetecible. Ya son más de 20 mil las personas
que han fallecido en España por culpa del nuevo coronavirus y se estima que los contagiados se podrían
contar en millones.
Nuestro país tiene una de las tasas de muerte más
altas del mundo.
Y en una situación tan dura, intento refugiarme
en aquellas vivencias como deportista que me han
ayudado a superar mis peores crisis personales, y
que hoy quiero compartir con vosotros.
Muchas veces pensamos que todo se ha acabado...
Tan pronto pasamos de soñar con una medalla de
oro después de un año de entrenamientos brillantes
a darnos el golpe del siglo con una actuación final
desastrosa que, además de dolorosa, es profundamente inesperada. Y cuando la realidad ocurre, no
avisa; se presenta ahí sin más. El mundo de repente
te da un vuelco y, por mucho que desees cerrar los
ojos y despertarte en otra situación, no puedes. La
realidad sigue ahí cuando los abres.
Después de un tiempo determinado, vuelve a escena
tu balanza emocional; ese músculo vigoroso que ya
está acostumbrado a vivir turbulencias de montaña
rusa. Y el músculo empieza a estirarse: es verdad
que no he conseguido mi sueño esta vez, pero eso
no significa que no pueda conseguirlo más adelante.
Entonces ves que el temporal remite y empiezas
a recordar lo que tienes: las capacidades que te han
llevado a los buenos momentos, los valores que te ha
transmitido la gente que te acompaña. Y de repente
sabes que eres más fuerte que hace una semana, que
estás más preparado para lo que venga.
Sientes que has crecido, sin saber cómo, en medio
de una tempestad ya superada.
Una parte de ti empieza a sugerir que no cambiaría
nada de lo ocurrido. Y tú no te lo puedes creer: ¿Será
posible? Con lo mal que lo he pasado…
Pero así somos. Solo interiorizamos lo importante
(solo aprehendemos, como diría mi profe de lengua de
Primaria) cuando nos ponen a prueba. Y ahora, después de décadas de tranquilidad, nos están poniendo
a prueba a todos.
Sin camisetas de España y sin jueces, pero con
unos estímulos similares. Con un “ahora o nunca”,
con un “no podemos fallar” y con unos principios de
lo conocido que amagan con desdibujarse. Pero os
diré que las tempestades siempre pasan, se llamen
como se llamen, y tengo el sincero presentimiento
de que esto nos va a hacer mejores.
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