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Sin audiencia
no hay medios
El Guión:
La Historia
de las
Historias
Cada producción de radio, TV, cine y plataforma tiene un guion. Aunque sea sólo en la cabeza del realizador, pero lo tiene.
Todos hemos leído o escuchado sobre los
guiones a partir de los que se desarrollan
nuestros programas, series y películas favoritas. Sin embargo, son relativamente pocos
los que saben exactamente de qué se trata
y menos los que conocen su historia.
Este documento plantea una historia, de forma ordenada, con progresión dramática
lógica e intensidad emocional ascendente.
Incluye indicaciones de carácter técnico, que
permitan convertirla a sonidos, imágenes o
al audiovisual.
Un guion no es un “producto final”, aunque
esté terminado. Será la base para nuevos
pasos del proceso de producción, con las visiones del director, el productor, los actores
o conductores, en fin.
¿Cuándo y bajo qué circunstancia comenzó
a usarse el guion como punto de partida?
Nos remontamos a 1895, cuando Louis y Auguste Lumiere presentaron el cinematógrafo
como el invento capaz de captar y proyectar “imágenes en movimiento”, tomando una
fotografía tras otras, fragmentando el registro de la acción.
La primera proyección tuvo lugar en el salón
Indien, de París, con las películas “La llegada
del tren a la estación de la ciudad” y “La salida de los obreros de la fábrica”, entre otras.
El uso inicial se apegaba a lo que luego se
conoció como “documental”. Es decir, la cámara registraba situaciones cotidianas, en
condiciones regulares, sin actores, sin que
nadie interviniera; dejando que todo se diera
naturalmente.
Al principio, el afán del público fue mucho.
Luego, conforme fue pasando la novedad, y
debido a la posición económica de los Lumiere, así como su marcado interés por la
ciencia, lo dejaron de lado afirmando que su
invento “no tenía futuro”.
Mucho después, cuando el prestidigitador Georges Méliès decidió convertirse en
cineasta, se vislumbró el potencial del invento
no sólo para captar y presentar la realidad,
sino, también, para contar historias. Con eso
vendría, también, la definición de un claro
camino de explotación comercial: “Si se cobra
por entrar a una función teatral o de circo,
podrá cobrarse por ver una historia contada
desde fotografías proyectadas en secuencia”.
Lo primero de lo que echó mano fue del arte
dramático tradicional. Podemos decir que
las primeras películas de ficción fueron, precisamente, “teatro filmado” (con todo y actos
de magia que precedieron a los ahora llamados “efectos especiales”).
En 1899 Méliès dirigió “Cendrillon”, una trama
cuya división en escenas con títulos de identificación determinó que se le señalara como
“pionero en el uso del guion en el cine”.
Todo se filmaba en plano fijo, sin movimientos ni desplazamientos. La historia se contaba a partir de la fragmentación según los
espacios, los momentos y los personajes
participantes. Criterios que luego determinaron los cortes para diferenciar escenas.
Bajo estos principios, fue como luego realizó
el clásico “El viaje a la luna” (1902) una película de ciencia ficción, con guion escrito por
el propio Georges y su hermano mayor, Gastón, inspirados en las novelas de Julio Verne
(“De la tierra a la luna”) y de H.G. Wells (“Los
primeros hombres en la luna”)
Dos años después, Edwin S. Porter estableció
el concepto de montaje y David W. Griffith
ideó la variación de encuadres y los movimientos de cámara. Este conjunto de recursos dio la primera aproximación a un guion
de cine, como tal.
Para 1912, el productor Thomas H. Ince introdujo normas de trabajo en las que se imponía
el uso de un guion detallado, estableciendo
así, una consideración al oficio de los guionistas que, a partir de entonces, fueron más
tomados en cuenta como elemento importante del proceso cinematográfico.
Se pensó en el guion como un documento
en dos partes: la versión literaria en el que
van las situaciones/acciones (narrativa) y el
técnico, que indica actos, escenas, secuencias y planos.
Al llegar el cine sonoro con “The Jazz Singer”
(“El cantante de jazz”) con Al Jolson, dirigido
por Alan Crosland, los guionistas tuvieron
que poner especial atención a los textos de
parlamentos y diálogos, incluyendo la necesidad de naturalidad, credibilidad y verosimilitud.
Es cierto que muchos no escriben sus guiones, pero eso no significa que no usen uno.
Griffith, por ejemplo, realizó su aclamada
“Intolerancia” con indicaciones directas de
su cabeza al equipo de trabajo. Pero debemos pensar en que esas ideas tuvieron que
organizarse mentalmente para, luego, ser
comunicadas a los colaboradores. Esas
indicaciones, por sí mismas, eran un guion.
La única diferencia es que no se “bajaron” a
papel, pero el principio estaba ahí.
Aunque las habilidades requeridas son similares, hay marcadas diferencias entre ser un
escritor y ser un guionista. Muchos pueden ser
ambos, pero es por cuestión de capacidad.
Son trabajos con exigencias, convenciones,
criterios y formas literarias y creativas distintas.
Usar la palabra escrita y los principios de
estructura son bases compartidas, pero hay
muchos otros diferenciadores. El más importante: que los escritores escriben para ser
leídos, mientras que los guionistas lo hacen
para que su aporte en texto funcione como
instructivo para armar un producto audible,
visual o audiovisual.
El hecho de ser un muy buen escritor no
garantiza el paso al buen desempeño como
guionista… ni al revés.
Edui Tijerina Chapa
edui_tijerina@yahoo.com
Twitter: @EduiTijerina
Instagram: @eduitijerinachapa
Escritor, dramaturgo, guionista, asesor y analista de medios. Autor de numerosas piezas teatrales y de scripts para películas
como “Cantinflas”, “Juan Diego” y “Jesús de Nazaret”
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