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El Guión: La Historia de las Historias | EDUI TIJERINA CHAPA | Septiembre 2020



Sin audiencia no hay medios

El Guión: La Historia de las Historias

Cada producción de radio, TV, cine y plataforma tiene un guion. Aunque sea sólo en la cabeza del realizador, pero lo tiene.

Todos hemos leído o escuchado sobre los guiones a partir de los que se desarrollan nuestros programas, series y películas favoritas. Sin embargo, son relativamente pocos los que saben exactamente de qué se trata y menos los que conocen su historia.

Este documento plantea una historia, de forma ordenada, con progresión dramática lógica e intensidad emocional ascendente. Incluye indicaciones de carácter técnico, que permitan convertirla a sonidos, imágenes o al audiovisual.

Un guion no es un “producto final”, aunque esté terminado. Será la base para nuevos pasos del proceso de producción, con las visiones del director, el productor, los actores o conductores, en fin. 

¿Cuándo y bajo qué circunstancia comenzó a usarse el guion como punto de partida?

Nos remontamos a 1895, cuando Louis y Auguste Lumiere presentaron el cinematógrafo como el invento capaz de captar y proyectar “imágenes en movimiento”, tomando una fotografía tras otras, fragmentando el registro de la acción.

La primera proyección tuvo lugar en el salón Indien, de París, con las películas “La llegada del tren a la estación de la ciudad” y “La salida de los obreros de la fábrica”, entre otras.

El uso inicial se apegaba a lo que luego se conoció como “documental”. Es decir, la cámara registraba situaciones cotidianas, en condiciones regulares, sin actores, sin que nadie interviniera; dejando que todo se diera naturalmente. 

Al principio, el afán del público fue mucho. Luego, conforme fue pasando la novedad, y debido a la posición económica de los Lumiere, así como su marcado interés por la ciencia, lo dejaron de lado afirmando que su invento “no tenía futuro”.

Mucho después, cuando el prestidigitador Georges Méliès decidió convertirse en cineasta, se vislumbró el potencial del invento no sólo para captar y presentar la realidad, sino, también, para contar historias. Con eso vendría, también, la definición de un claro camino de explotación comercial: “Si se cobra por entrar a una función teatral o de circo, podrá cobrarse por ver una historia contada desde fotografías proyectadas en secuencia”.

Lo primero de lo que echó mano fue del arte dramático tradicional. Podemos decir que las primeras películas de ficción fueron, precisamente, “teatro filmado” (con todo y actos de magia que precedieron a los ahora llamados “efectos especiales”).

En 1899 Méliès dirigió “Cendrillon”, una trama cuya división en escenas con títulos de identificación determinó que se le señalara como “pionero en el uso del guion en el cine”.

Todo se filmaba en plano fijo, sin movimientos ni desplazamientos. La historia se contaba a partir de la fragmentación según los espacios, los momentos y los personajes participantes. Criterios que luego determinaron los cortes para diferenciar escenas.

Bajo estos principios, fue como luego realizó el clásico “El viaje a la luna” (1902) una película de ciencia ficción, con guion escrito por el propio Georges y su hermano mayor, Gastón, inspirados en las novelas de Julio Verne (“De la tierra a la luna”) y de H.G. Wells (“Los primeros hombres en la luna”) 

Dos años después, Edwin S. Porter estableció el concepto de montaje y David W. Griffith ideó la variación de encuadres y los movimientos de cámara. Este conjunto de recursos dio la primera aproximación a un guion de cine, como tal. 

Para 1912, el productor Thomas H. Ince introdujo normas de trabajo en las que se imponía el uso de un guion detallado, estableciendo así, una consideración al oficio de los guionistas que, a partir de entonces, fueron más tomados en cuenta como elemento importante del proceso cinematográfico. Se pensó en el guion como un documento en dos partes: la versión literaria en el que van las situaciones/acciones (narrativa) y el técnico, que indica actos, escenas, secuencias y planos.

Al llegar el cine sonoro con “The Jazz Singer” (“El cantante de jazz”) con Al Jolson, dirigido por Alan Crosland, los guionistas tuvieron que poner especial atención a los textos de parlamentos y diálogos, incluyendo la necesidad de naturalidad, credibilidad y verosimilitud.

Es cierto que muchos no escriben sus guiones, pero eso no significa que no usen uno. Griffith, por ejemplo, realizó su aclamada “Intolerancia” con indicaciones directas de su cabeza al equipo de trabajo. Pero debemos pensar en que esas ideas tuvieron que organizarse mentalmente para, luego, ser comunicadas a los colaboradores. Esas indicaciones, por sí mismas, eran un guion. La única diferencia es que no se “bajaron” a papel, pero el principio estaba ahí.

Aunque las habilidades requeridas son similares, hay marcadas diferencias entre ser un escritor y ser un guionista. Muchos pueden ser ambos, pero es por cuestión de capacidad. Son trabajos con exigencias, convenciones, criterios y formas literarias y creativas distintas.

Usar la palabra escrita y los principios de estructura son bases compartidas, pero hay muchos otros diferenciadores. El más importante: que los escritores escriben para ser leídos, mientras que los guionistas lo hacen para que su aporte en texto funcione como instructivo para armar un producto audible, visual o audiovisual.

El hecho de ser un muy buen escritor no garantiza el paso al buen desempeño como guionista… ni al revés.


Edui Tijerina Chapa 
edui_tijerina@yahoo.com 
Twitter: @EduiTijerina 
Instagram: @eduitijerinachapa 

Escritor, dramaturgo, guionista, asesor y analista de medios. Autor de numerosas piezas teatrales y de scripts para películas como “Cantinflas”, “Juan Diego” y “Jesús de Nazaret”