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Escena de la película “Tesis”, de Alejandro Amenábar.
Sin audiencia no hay medios
La sangre como entretenimiento
En 1995, cuando se estrenó la película “TESIS”, de Alejandro Amenábar, el mundo volcó su mirada sobre un tema que se intensificó gracias a la llegada de internet: Los videos - películas “Snuff”.
También el terreno de los videojuegos (“Fallout New Vegas”, “Manhunt”, “Darkness II” y “Bloodlines”, entre otros) se ha cargado de referencias al Snuff.
Se trata de audiovisuales que captan asesinatos, torturas, suicidios, fusilamientos y situaciones similares reales. No hay actores, representación, dramatización ni uso de efectos especiales. Se supone que estos materiales tienen como objeto la distribución comercial en mercado negro y con miras a ofrecer entretenimiento a un público que se siente especialmente atraído por lo que llaman “las emociones fuertes” que su exposición les produce.
Se habla de Snuff de circunstancia, es decir, el que, por estar en el lugar y momento, consigue documentar situaciones incidentales, sin planeación de por medio. También, de los Snuff de producción, o sea, los que -se dice- son realizados con toda premeditación, privando a las víctimas de su libertad, a veces al azar, torturándolas y matándolas frente a una cámara.
Ustedes se preguntarán, ¿Y los clips que difunden los grupos terroristas, de crimen organizado y demás, son eso? Les contestaría que “Sí, pero no”. Es decir, el contenido es el mismo, sólo que lo que los etiquetaría como Snuff sería el aspecto lucrativo, la comercialización, el tráfico para obtener beneficio económico.
Precisamente por eso tampoco se consideran Snuff las primeras filmaciones de Thomas Alva Edison quien, allá por 1903, captó una ejecución por ahorcamiento y la muerte de un elefante al ser electrocutado.
El término viene del inglés “Snuff out” -morir o apagar-, y tiene antecedentes en la década de los 70s con el libro “The Family: The story of Charles Manson’s dune buggy attack battalion” de Ed Sanders. Sin embargo, su uso para significar a la “muerte”, va hasta 1916, en el libro “Tarzán y las joyas de Opar”, el quinto de la serie de Edgar Rice Burroughs.
Independientemente de mover al juicio de si su uso está “bien o mal” y de si “fomenta o no la violencia en el espectador”, debemos señalar que, como público, hemos ido perdiendo nuestra capacidad de asombro.
Entre más nos exponemos a violencia gráfica, verbal o audiovisual, más la vamos percibiendo como “normal” y parte de nuestra realidad contemporánea. Por esta razón, los medios, en su afán por aumentar niveles de audiencia, incluyen contenidos cada vez más intensos, que sean capaces de retomar la atención. Así se arma un círculo vicioso: A más violencia, menos asombro.
A menos asombro, más violencia para subir el nivel de atracción.
Por fortuna, como antes y como ahora, somos nosotros, los receptores, los que tenemos la última palabra y el control de TV en la mano o la posibilidad de cambiar de página.
El problema es que no todos estamos conscientes de esa libertad y optamos por exponernos a materiales por los que luego nos quejamos, sin pensar que ningún medio nos obliga a seguir sus contenidos. Ellos los presentan, sí… pero nadie más que nosotros mismos somos los que tomamos la decisión de darles un “Sí” o un “No”.
Si los espacios que se nutren de este tipo de películas y videos se siguen produciendo, si se siguen exhibiendo… es porque la gente los ve. El día que no representen rating, entonces los encargados de contenido se verán en la necesidad de redirigir sus decisiones.
Escritor, dramaturgo, guionista, asesor y analista de medios. Autor de numerosas piezas teatrales y de scripts para películas como “Cantinflas”, “Juan Diego” y “Jesús de Nazaret”.
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