Dijiste que eras de Costa Rica II
Aún era Madrid.
Aún éramos tú y
yo. Ahora en un
parque donde el sol
se regodeaba en lo
imposible de tu cuerpo.
Tú con unos pantalones
negros y una blusa sin mangas. Yo no recuerdo nada de
mí. Te sentaste con las piernas
abiertas. Te meneabas. Juraba
que tu pelvis me gritaba, pero
tú hablabas de problemas que
yo no quería escuchar.
Tu cabello era irreal, cada
hilo amarillo era una provocación, murmuraban gemidos.
Tomábamos café. Era una
mañana de algún día. Yo sólo
quería hablar sobre tus ojos.
Intentar hacer magia. Pero no
parabas de hablar. Y yo perdido en tus hombros desnudos.
Quizá estabas diciendo todo lo
que tenías que hacer. No tengo
ni una idea de lo que hablabas.
Estaba inmóvil ante tu pose.
Tú, reina del lugar. La
Creo que preguntaste a
qué me dedicaba. Tu voz era
un hechizo. No entendía nada.
Quizá hablabas ruso. Tal vez
dijiste que me recordarías por
la forma en que te abracé y yo
que no podía dejar de pensar
en lo que hicimos en el piso del
cuarto del hotel, piernas abiertas gritándome que
era un pendejo por no tirarme
sobre ti. Y sí lo era. Tus hombros desnudos haciendo coro
a la declaración de las piernas. Y yo que no podía ver tu
mirada triste porque traías
lentes oscuros.
Con el rumor cercano de
los peatones de Madrid que
siempre me han sonado familiares recordé cuando te tuve
contra la pared y la mancha
de sudor que ahí dejaste. Perdido, recordé como gemías. A
lo mejor me hablabas de planes. Dijiste que eras de Costa
Rica. Dijiste que eras modelo. Y
yo no supe qué decir. Yo había
olvidado mi mundo.
Pregunté algo y dijiste que
no podías responder eso. No
hagas preguntas, contestaste.
No seas como los demás. Ahí
volví un poco a mi mundo, al
Madrid que de pronto me olió
diferente. A lo lejos se escuchaban gritos y palabras de
personas felices. Me propuse
nunca más hablar. Pero esas
piernas abiertas escondidas
en tela negra ahí seguían,
las abrías y cerrabas con un
meneo desafiante.
Decías que en Costa Rica
había ríos y tirolesas enormes,
y yo no podía dejar de recordar
el surco de tu espalda baja, y
cómo mi mano se había acomodado ahí la noche previa.
Me dijiste que no hablará de
futuro, pero yo quería hablar
de lo pasado, de cómo te
había creado sonrisas con mis
manos. De cómo nos habíamos
despertado en la madrugada
sólo para ver nuestros cuerpos
llenos de salitre. Para hablar
de lo que hicimos en el piso. De
nuestras rodillas talladas. Para
ver la luna en silencio.
De pronto dijiste que te
irías, que regresarías a Costa
Rica y en ese momento me
cayó una tormenta de mierda
de todos los putos pájaros y
cuervos de Madrid. Pensé que
nunca iba a poder olvidar tu
nombre. Escupí el café. Quería
dos mil tragos. Y tú sonreías
tranquila. Fluías mientras yo
estaba atorado en ti, en esa
mierda de aves, en ese Madrid
que hedía putrefacto con tus
palabras que me habían explotado en mi cara.
Tuve el valor de preguntarte ¿después qué?, suspiraste y meneaste la cabeza, yo
recordé como moviste tu lengua la noche previa. Y pensé
que todo era una putada. Iba
a buscar a cuantos kilómetros
estaba Costa Rica, pero sonreíste y dijiste que no hiciera
eso mientras pusiste tu boca
en mi oreja y tus uñas en mi
nuca. ¿Después qué?, repetiste,
mientras exhalabas un aliento
cargado de millones de gardenias que restregabas en mis ojos
tímidos. Te veías indestructible
mientras yo me derrumbaba.
Me llegó la idea de hablarte de
usted, pero por suerte no lo
hice. Imponías. Nunca hay después, dijiste. Millones de putos
cuervos madrileños se burlaban
desde todos los árboles del parque. Y yo que moría por chupar
tus hombros.
Prometimos no hacer el
momento más trágico, pero
obvio mentí. Mencionaste que no
era necesario tanto drama, que
éramos adultos. Envidié tu simplicidad. Me distraje captando
que a partir de ese momento
vería tu rostro en el de todas
las mujeres. Tu fantasma me
seguiría en cada cama. En cada
rosa. En cada sonrisa.
Pusiste tu mano en mi
pecho mientras decías algo
que para variar no entendí.
Ya era de noche. Millones de
luces parpadeaban. Todo se
movía. Palmeaste varias veces
mi corazón. Anda, ve, dijiste
con aplomo mientras lloraba
como un chaval.
Me fui deambulando.
Jalando aire y mocos. Caminé
como borracho durante toda
la noche. Madrid vacío. Parecía otra ciudad a la de aquella
noche en que nos conocimos
en un bar. El silencio apestaba
a promesas fallidas. Dos luciérnagas pasaron cagadas de risa.
Ahora vivo de una forma
extraña. Abrumado por sonido
del dolor. Recuerdo cómo
movías tus piernas escondidas en esos pantalones negros.
Sólo pienso en ti.
Kato Gutiérrez
Kato@ruidoso.mx
Instagram: @Katogtz
Facebook: @Kato Guitérrez
Escritor
originario de Monterrey, N.L.
dentro de los más vendidos de
Gandhi, Amazon Best Seller #6 y
Novela Favorita del 2016 Círculo
Sanborns. Entre sus novelas se
encuentran “Cuatro Segundos”,
“El Instante que nos queda”,
“No puedo ver las estrellas”
y “Rockstar”. TEDx Speaker,
Ironman 70.3