Sin audiencia
no hay medios
Ratings
La pugna entre cantidad
y calidad
El interés por saber cuántos, de qué perfil, con
qué intenciones y bajo qué circunstancias el
público decide o no por determinados contenidos de radio o de televisión, existe casi desde el
origen de esos “medios”. Sin embargo, aumentó
significativamente cuando la información relacionada representó oportunidades en cuanto
a los ingresos para las estaciones.
Antes hemos abordado la razón por la que las
radioemisoras y televisoras abiertas “se pelean”
tanto el rating y hasta dónde son capaces de
llegar con tal de captarlo y, de ser posible, aumentarlo.
Siendo honestos, no es porque se preocupen
por los escuchas o espectadores -como suelen
decir- sino porque el rating puede determinar el
costo de los espacios publicitarios en los horarios
de mayor atención de los receptores.
En el caso de las estaciones privadas (cable,
satélite, descargas, etc.) los niveles de audiencia se traducen en el número de suscriptores
potenciales.
El rating también puede determinar decisiones de producción, ya que, si un programa no
muestra ascenso en el rating o, peor aún, si éste
baja, se tiene que pensar en reforzarlo, cambiarlo
en fondo o forma o, incluso, sustituirlo por otro.
El caso es que ese horario no quede “muerto”,
porque se pierde dinero. Y mucho.
Hay que recalcar que de los momentos del día
también depende la oleada de público potencial.
Por eso, siguiendo un esquema conservador de
dinámica hogareña, se contemplan, de menos a
más, “A”, “AA”, y “AAA”, siendo éste cuando ya toda
la familia podría estar al pendiente del televisor.
Obviamente, anunciarse en el horario triple “A”
resulta mucho más costoso.
Dejándoles la promesa de, más adelante, tocar
el “cómo se miden los ratings”, esta ocasión me
muevo sobre el terreno de cómo la información
sobre las preferencias del público respecto a
contenidos mediáticos, han dejado de ser, tras
el surgimiento de nuevas plataformas de entretenimiento, la única referencia para medir el
impacto de un programa.
Los anunciantes ya no sólo ponen atención a qué
tan amplia es la audiencia. Ahora, al fin, también
se concentran en la calidad, aunque, por cierto,
sigue sin ser prioritaria. No olvidemos la frase que
hemos repetido en varias ocasiones: “No todo lo
bueno es popular, no todo lo popular es bueno”
La calidad, además de en el contenido y en la
afinidad con las ideas, filosofía o imagen de los
patrocinadores, entran en juego factores que,
obviamente, no existían sino hasta hace poco
o, en dado caso, no resultaban de interés.
Lo que antes era un “rating bajo”, ahora puede
considerarse como “bueno”, ya que las posibilidades de exposición ante el público no se
limitan a un horario, sino que, al estar disponible
al tiempo del receptor, éste puede verlo cómo
y cuando quiera.
También se toma en cuenta la posibilidad de
exportación a otros países o plataformas, lo cual
conviene más a los productores que el interés de
los consumidores locales. Igual, puede suceder
que a los dueños de derechos de transmisión
puede importarle más lo que sacará al venderlos
a otros canales que lo que le podría generar en
publicidad local.
Algo que llama la atención es que muchas televisoras están repitiendo programas de otros
canales, así como telenovelas o series viejas
o produciendo, a bajo costo, programas con
materiales “del recuerdo” (archivo), apelando
a la nostalgia del público y capitalizándola en
una reactivación en los niveles de espectadores
en horarios estratégicos.
Es importante que tengamos presente que el
que estas nuevas líneas han cobrado importancia, no significa que la medición de audiencia,
o rating, haya perdido la propia. Más bien, es
un llamado de atención para que veamos con
nuevos enfoques y cuidados la relación entre
número de espectadores y calidad, así como
para ser cautelosos en los ingredientes que
combinamos para escandalizar, asombrar o
generar controversia, porque en eso se puede
estar jugando el prestigio de la producción
misma.
Edui Tijerina Chapa
edui_tijerina@yahoo.com.mx
Twitter: @EduiTijerina
Instagram: @eduitijerinachapa
Escritor, dramaturgo, guionista,
asesor y analista de medios. Autor de numerosas piezas
teatrales y de scripts para películas como “Cantinflas”,
“Juan Diego” y “Jesús de Nazaret”