La exquisitez
de ser nosotrxs
Te invito a comer
Hace algunos días, en la columna de una
conocida escritora en un importante periódico
mexicano, se hacía la reflexión sobre los
necesarios tiempos de cambio. “Tiempos de
mirarnos y mirarles” decía la autora, como un
necesario cambio de roles para empoderar
al ciudadano. Y mientras ella lo aterrizaba en
política, hizo una pregunta que me movió en
los últimos días:
¿Con quién te sientas a comer?
La autora señalaba que todo cambio, podría
detonarse desde la consciencia de a quien
invitamos a sentarse frente a nosotros en nuestra
mesa, pues convidamos a quien queremos mirar
a los ojos e intercambiar saberes.
Usted sabe que esta columna suele alinearse
a una auscultación del pensamiento desde lo
cotidiano, y aunque lo político a veces se filtra, no
es mi intención. Pero la pregunta que destaco en
el artículo leído, me llevó a preguntarme sobre
esas filias y fobias en forma de personas, a las
que buscamos y de las que preferimos alejarnos.
¿con quién nos sentamos a comer?
¿a quién buscamos consciente o inconscientemente para mirarle de frente y abrir el universo
que somos?
Mirar a los ojos a alguien es un inicio de intercambio con quien decidimos compartir un rato.
Pero… ¿a qué se debe la lejanía de ciertas
personas y la cercanía con otras?
¿Es apego inconsciente o algo que decidimos
con total intención?
Mary Douglas señala esto como “Hostilidad
cultural”, lo que responde a un ideal social
consciente que encamina nuestras acciones
a alejarnos de alguien o algo; pero alejarnos de
algo o alguien, al mismo tiempo nos acerca a
otras personas o cosas.
En este sentido, acciones de adhesión o rechazo,
hablan más de nosotros que de la persona en
cuestión con la que interactuamos, sobre ello
señaló Nikola Tesla: “Cuando comprendes que
toda opinión es una visión cargada de historia
personal, empiezas a comprender que todo juicio
es una confesión”. Por ello, abrirnos a alguien es
un riesgo que nos expone, porque puede ser
entendido o no, pero esa es otra historia.
Ese “mirarnos y mirarles” lo aterrizo en nuestras
propias formas, nuestra historia, prejuicios
y juicios, esos pasos dados en un camino a
veces tortuoso y otras tantas deslizante; pero
que debería llevarnos a mirar a los otros-otras
desde los mismos lentes de circunstancia y
comprensión que pedimos a nosotros mismos.
Pero volviendo al origen de este escrito: compartir
la mesa, la comida con alguien, es un acto
simbólico de apertura, de encuentro. Pienso en
las veces que he disfrutado una sobremesa que
ha llegado a durar horas, o bien, aquellas a las
que el limitado tiempo concedido por la otra
persona o por mí, solo es evidencia del rechazo
consciente o inconsciente.
Ante el riesgo del frente a frente, abrirnos y
mostrar lo que somos, podríamos preguntar si el
riesgo vale o no la pena. ¿Lo vale? por supuesto…
nunca entendería a alguien que se muestra con
reservas, es como interactuar a través de una
cerradura… ¿acaso eso nos lleva a algo?
Le confieso que quizás la rara soy yo, al creer que
deberíamos llevar nuestras relaciones como si
fuéramos un libro abierto, sentarnos a la misma
mesa, mirarnos de frente y compartir lo que
somos en lo sencillo y lo complejo; pero esto
es difícil en un mundo que nos ha enseñado
que la transparencia nos hace vulnerables, y
las armaduras emocionales o las apariencias son la mejor carta de presentación.
Por ello, permítame compartirle un recuerdo: mi
abuelo solía sentarse a comer e invitar a quien
estuviera cerca. Solía ofrecer un aperitivo previo
a la comida para “abrir apetito” y colocaba
un poco de queso o cualquier botana. En ese
momento que antecedía a la comida, se abría en
la mesa una charla que anticipaba un agradable
rato de diálogo sobre cualquier tema. Hoy que
mi abuelo ya no está, guardo esos recuerdos con
gran aprecio, porque al menos los momentos
que compartió conmigo, me hizo sentir que
valoraba esas charlas compartidas.
Creo que ser consciente de ese respeto al otro,
a la otra, a quien es y como es, entender la
importancia de las relaciones y la fugacidad
de los momentos, podría ahorrarnos muchos
problemas en nuestras relaciones cotidianas.
Mirémonos de frente, le deseo suerte.
Diana Elisa González Calderón
Docente e
investigadora en la Universidad Autónoma
del Estado de México.