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La exquisitez
de ser nosotrxs
Confesión
Van varias noches que me descubro deseando
que pasen los días sin más. Le confieso que
vengo saliendo de una etapa de vida difícil y
he optado por sumergirme en el trabajo. Es un
llenarme de actividades para no enfrentar mis
propios demonios… y se ha vuelto una manera
de vivir.
Esto me enoja.
A un costado de mi cama tengo una foto de
juventud que un desconocido me sacó en el
metro sin darme cuenta y después me regaló.
En últimas fechas suelo observar a esa chica
con la mirada perdida.
Este querer pasar los días por pasar y ver como
se escurren, no es sano, supongo.
Alguien me dijo hace poco, “ya no me cuentes
de tu pasado, mejor cuéntame de tu presente”.
Pues sí. Quizás en ciertos aspectos de mi vida me
he olvidado de pensarme en tiempo presente.
Y si la vida se escurre entre los dedos como agua,
¿Cómo ser consientes de ello para aprovecharla
más?
¿Cómo medimos la vida y lo que nos deja como
aprendizaje?
Alguien en redes, dice que la vida se mide en
idas al mar, y no puedo más que volver a revisar
el pasado para darme cuenta de los momentos
en que fui consiente de ese ser y estar.
Como cuando me sentí enamorada,
o cuando experimenté la maternidad,
cuando reí a carcajadas,
o bailé hasta el cansancio,
cuando canté a grito abierto en ese concierto,
hice ese viaje,
o me tocó cuidar.
Pero también la vida son las oscuridades y
despedidas.
Y esos momentos de silencios que no
entendemos con las ausencias que nos pesan.
Y las enfermedades.
Y las caídas.
Y los volver a empezar.
Y descubro el gran salvavidas cotidiano que
ha sido el trabajo y la maravilla de ese abrazo
que me da Alonso y al mismo tiempo me dice
“pásame lo que sientes”. Y ese mensaje inesperado de Paula que dice “no sé que tienes, pero
deseo que todo te salga bien”. Y pienso también
en esa sonrisa luminosa que me regaló la niña
que recibió mi paquete de galletas, mientras su
papá limpiaba parabrisas.
Y salvavidas también ha sido ese retrato junto
a la cama. La chica con mirada perdida que alguien observó y descubrió con la lente. Esa
que soy, pero ya no soy. O solo un poco.
La que hoy soy, debe sanar un montón de cosas.
Debe perdonarse por haber creído que sabía
y en realidad no sabía nada.
El sanar empieza por reconocer que algo
nos duele, y continúa por nombrar lo que
necesitamos, con todas sus letras. Y creo que
no está mal a veces sentirnos en la oscuridad
o vacíos. “Perderse para encontrarse”, decía
mi Maestro.
Entonces perderse es también un inicio.
Perder. Encontrar. Sanar. Perdonar.
Limpiar. Vaciar. Empezar.
Dejar de recordar el pasado y volver a escribir la
vida en tiempo presente desde los momentos.
No solo en la cantidad de veces que visitamos el
mar, si y no. Basta una tarde cualquiera, donde
soy consciente de mi respiro, de la maravilla de
mi leche caliente y de la oportunidad de que
pese a todo, puedo empezar nuevamente.
Docente e
investigadora en la Universidad Autónoma
del Estado de México.
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