Por: Edui Tijerina Chapa
Fotografía: Cortesía Daniel Muñoz y Francisco Javier Banderas
DANIEL MUÑOZ
Artistas y público nos salvamos mutuamente
Hablar de DANIEL MUÑOZ es hacer referencia a una gran trayectoria en el mundo de
la actuación, tanto de cine como de teatro
y TV. También, es conectar con la Cueca
chilena y variedad de manifestaciones
musicales en diversas ventanas, tanto
grabadas como presenciales. Es conectar con una sensibilidad amplia, fuerte e
intensa, que fluye antes, durante y después de cada una de sus presentaciones.
Sus actuaciones en grandes series y películas chilenas, así como
sus conciertos como parte del grupo “Los Marujos” le han granjeado
el reconocimiento del público de todo el mundo.
Recientemente, estando en la Región del BíoBio (Concepción,
Cañete y Lebu) en Chile, tuve la fortuna de coincidir con él, de
establecer una ya creciente amistad y, claro, de platicar para, así,
compartir con ustedes.
Mi estimado Daniel. Si te digo “momentos significativos de la
infancia”, ¿qué es lo primero que te viene a la mente?
¡Muchos momentos que, sin duda, me identifican un poco con lo
que soy hoy!
Gracias a mi abuela paterna, tuve contacto directo con el campo
y con las tradiciones. Todos los veranos nos íbamos de paseo a un
fondo, es decir, a una hacienda, donde los bisabuelos trabajaron
como inquilinos. Siempre mantuvieron vínculo con ese lugar y eran
parte de él. Así que todos los veranos había un permiso como para
poder llegar y pasar las vacaciones. Íbamos mi familia, pasándola
de ensueño. El verano en contacto con la naturaleza a mil.
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Daniel Muñoz con Bernardita Baeza, su pareja y gran apoyo. |
Una maravilla, sin duda.
¡Claro! Me recuerdo corriendo descalzo y bañando en el río. Tuve
suerte de no haber caído por los cerros. Era una manera de vivir
semi salvaje, muy en contacto con el entorno. Mis tíos me enseña
-
ban sobre los nombres de árboles, de los habitantes del lugar, los
animales, Hasta aprendí a pescar con la mano. Cazaba, también,
con lo que se llama “Huaches” que son unas estacas pequeñitas con
alambres con los que se hacen lazos. Eso se instalaba en las huellas
que dejaban los conejos en el campo. Esas actividades me ayudaron
a cultivar un espíritu, creo yo que muy especial, que me acompaña
hasta el día de hoy.
Eso en cuanto a tus abuelos paternos. ¿Y la familia de tu
madre? ¿Qué aportó a tu vida?
Por parte de la abuela de mi madre, aprendí de su sentido espiritual
y religioso. Hubo un pariente que era hermano de mi abuela, Don
Fidel, un sacerdote de un pueblito en el norte, quien llegaba cada
cierto tiempo a visitarnos a la casa y, como todo sacerdote, tenía
que hacer la misa y la oficiaba para nosotros.
¿Una misa privada para ustedes?
Éramos mi abuela, mi tía, mi madre, mi hermana y yo, el único
hombre de la familia. Mi padre se había retirado hacía un tiempo
y había armado otra familia.
¿Y qué tal?
Siempre me gustó la ceremonia que él hacía: desde su vestuario hasta cómo preparaba la mesa del comedor. De una maleta pequeñita
sacaba todos los implementos para hacer la misa: el cáliz, vino,
los libros, qué se yo. Siempre me fascinó y, desde chiquitito, quise ser sacerdote. Pero, más que eso, me encantaban las puestas
en escena. Eran como mis primeros atisbos para el actor que
sería a futuro, creo yo.
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Daniel Muñoz y Los Marujos |
¿Y ya tenías claridad sobre esa vocación o apenas estaba
latente?
La conciencia al respecto llegó más tarde. Te cuento que cuando
llegó la Televisión, mi madre compró un televisor y para mí
era como una ventana mágica. Me obsesionaba con los dibujos
animados y luego jugaba en el patio de la casa con muñequitos,
imitando las voces de las caricaturas. Eso, de alguna manera,
me ayudó a crear una herramienta práctica para mi trabajo
como actor. Hacía mis propias películas, reproducía escenas de
lo que veía en pantalla; me sirvió muchísimo, como una escuela
básica para, después, ser actor.
¿Qué pasaba en el colegio? ¿Tenían alguna actividad
relacionada con la veta artística?
Por ese entonces, mi colegio, el Instituto Marista de San Fernando,
daba mucha importancia a las actividades extraescolares. Había
talleres de deportes, de música, periodismo, poesía y, luego,
apareció el taller de teatro. Hice gran amistad con el profesor de
artes plásticas, quien fue mi primer profesor de actuación. Ahí
recibí mis primeras clases, las primeras nociones para ser actor.
También recuerdo que en el colegio había otras actividades
que tenían que ver con pararse en un escenario a hablar desde
un escenario o pódium. Para mí eran muy atractivas. El vértigo,
la emoción, inclusive el miedo de enfrentarse al público, me
producían mucha satisfacción y eso se fue dando en contraste
con mi personalidad, que era extremadamente tímida.
Esas actividades ayudan a procesar el miedo al escenario,
el pánico a pararse ante un grupo numeroso.
Y, curiosamente, al enfrentarme a un público, ya fuera recitando un poema o participando de un grupo musical, o algo
que tuviera que ver con pararse ante una multitud, me atraía
muchísimo. Era una manera de traer algo que no era cien por
ciento yo, ya fuera interpretando un personaje o leyendo algo.
Me daba confianza para enfrentar al público y, por ende, me fui
acostumbrando a eso.
Debo haber tenido unos diez años. Me gustaba mucho participar en grupos folclóricos en el colegio, y un amigo, compañero
de grupo, lo habían invitado a participar en una obra teatral de
un Centro Cultural de mi ciudad natal. Resultó que, como él
no podía, me preguntó si me interesaba. Y me presenté con el
Director del grupo y le dije, así, con una personalidad que desconozco, que tenía ganas de participar y que, si me aceptaba,
me incluyera. El personaje era justamente un niño que, en un
atardecer, estaba con su familia en el patio de la casa y miraba
hacia los cerros y le preguntaba al papá qué había más allá.
Eso daba pie para un viaje por Chile, un viaje folclórico donde
el protagonista, ese niño, iba de norte a sur. Ese fue mi primer
trabajo como actor frente a un público. Hicimos gira por toda
la región, nos presentamos en varios escenarios y creo que eso
me marcó definitivamente por lo chico que era.
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Daniel Muñoz es un gran exponente de la Cueca Chilena. |
¿Cómo calificas tu infancia?
Siento que tuve una infancia con mucho juego y, de alguna manera,
muy sana. Eso me ayudó a crear un carácter. Por otro lado,
como estudié en un colegio solamente de hombres eso vino a
contrastar con mi crecimiento rodeado de puras mujeres, que
eran mi familia. Así se produjo cierto equilibrio, pero no sé si tan positivo. Siempre he tenido, por un lado, la deformación de
ser el único hijo hombre de la familia, el niño de la familia, el
protegido de la familia, el hombre de la casa. Y, por otro lado,
el machito del colegio de hombres.
¿Sientes que eso significó un balance en tu percepción de
lo femenino y lo masculino?
De alguna manera, siempre tuve una visión más atenta en lo que a
lo femenino se refiere. Claro, a veces mi señora y mi hija bromean
diciendo que tengo características, manierismos, muy suaves o
delicados. Yo creo que convivir sólo con mujeres por mucho tiempo
y, luego, por otro lado, convivir con hombres, también por mucho
tiempo, ayudó a mi formación. Y quizás no sólo a mi formación como
persona, sino también a mi formación como profesional. Hablamos
de tener una cierta dualidad: esta visión muy femenina de las cosas,
por un lado, y una muy masculina, casi machista, por el otro.
¿Cómo llegó la música a tu vida?
En cuanto a la música, mi abuela paterna, como referí, era muy
ligada al folclore, a las tradiciones, y, siempre, las fiestas familiares en su casa eran con música, en discos principalmente. Se
tocaban todos los géneros, pero, aparte de la música popular,
lo que más se bailaba era la música tropical. Lo que me marcó
fue conocer las Cuecas.
“Mi infancia
introvertida
no me ayudó mucho
a lograr relacionarme en una
actividad,
en una carrera, en las
que es muy
importante
trabajar en
equipo”
¿Cuecas? ¡Cuéntame!
Se trata de un género musical y dancístico que se baila bajo distintas denominaciones tanto en Bolivia como en Perú, Colombia, Argentina y, claro, Chile. En noviembre del ’79 se declaró,
oficialmente, como “La Danza Nacional Chilena” y una década
después, el gobierno de Chile estableció el 17 de septiembre como
el “Día Nacional de la Cueca”.
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Daniel Muñoz es un intérprete entregado. |
¿Cómo se baila?
Es una danza de parejas mixtas. Se desarrolla a sueltas. Cada
bailarín lleva un pañuelo en la mano derecha, moviéndolo en círculos, con vueltas y medias vueltas, entrecortando con floreos. En
el desarrollo se plantea el cortejo del hombre a la mujer, pero no
se trata, necesariamente, de un discurso romántico o amoroso.
¿Y qué Cuecas escuchabas en especial?
El disco que más se ponía en aquellas fiestas se llamaba “Cuecas
con Estilo”. De hecho, se puede escuchar en redes. Ese trabajo
es muy especial porque, si lo escuchas, te vas a dar cuenta de
que quienes cantan no son profesionales. Se trata de gente que
trabaja en el comercio, en el puerto de Valparaíso, en el mercado
de Santiago, en lugares, digamos, donde la música era solamente
una entretención en el tiempo libre.
Ese estilo quedó grabado como una producción experimental.
Es de los años ’60, creo. Tiene mucha picardía en la manera de
cantar y en el ambiente. Me reía mucho con los comentarios que
se hacen. Es algo muy especial, muy relacionado a un personaje
especial de la tradición e historia de Chile, que es El Roto Chileno, algo muy parecido a “Cantinflas”. Es un pícaro vagabundo,
alguien que se busca la vida y tiene mucho ingenio.
Eso quedó ahí, guardado en mi alma, y, años después, surgió,
ya siendo profesional, y se cerró el círculo. Luego, pues ya retomé
lo que tenía en barbecho, algo que estaba en espera, que es este
viaje que estoy haciendo, más que por la música, por algo muy
puntual que es La Cueca, gracias a la que me he podido explayar
en otros ritmos musicales.
¿Cómo y cuándo diste el paso al nivel profesional en tu
actividad artística?
Postulé a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, la única
que estaba abierta en ese momento en dictadura. Entonces
todas las artes estaban limitadas, cerradas. Creo que había una
escuela particular, pero de muy difícil acceso. La Universidad
de Chile era como los más asequible para mí. Podía aspirar a un
crédito fiscal y eso me iba a ayudar, porque la situación económica
de mi familia era precaria. La única posibilidad de entrar era
acceder a un crédito que después tuve que pagar, obviamente.
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Daniel Muñoz en el set de la serie de TV Los 80. |
¿Y cómo te fue? ¿Ya habías perdido la timidez?
No. Para nada. Mi timidez jugó muy en contra, porque, de San
Fernando, que era un pueblo pequeñito, viajar a Santiago, que
era prácticamente como otro país, no lo supe hacer solo.
¿Quién te acompañó?
Mi madre me tuvo que acompañar, y yo, con mucha vergüenza.
Imagínate: un muchacho de 18 años, que la madre lo acompañara
a la Universidad. Le pedí que, ya cercano al recinto de la escuela
de teatro, me permitiera llegar solo.
Y, bueno, en la escuela de teatro había exámenes de admisión,
que duraban una semana, así que tenía que estar viajando a
Santiago para presentar las audiciones de voz, de movimiento y
de actuación. Al final, se publicaba una lista con los resultados.
De los 24 seleccionados fui el número 24. No podía más con mi
alegría, no lo podía creer. Me sentía lo más de afortunado. Y
así comenzó mi viaje por este mundo de la actuación.
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Póster de la película
‘Allende en su laberinto’. |
¿Cómo fue el proceso de integración?
Por mi carácter me fue muy difícil integrarme al mundo Santiaguino, al entorno de mi curso, entablar amistad con mis
compañeros.
Mi infancia introvertida no me ayudó mucho a lograr relacionarme en una actividad, en una carrera, en las que es muy
importante trabajar en equipo. Fue un año muy difícil para mí.
Tuve dudas de si la actuación realmente era lo mío y creo que fue producto, no sé, de estos ángeles que a uno lo acompañan y
lo impulsan. Me dieron el empujón que uno necesita.
A mediados de año se me dio la posibilidad de dar un vuelco
a esta actitud muy introvertida que tenía y logré volar nuevamente, salir a flote y romper con esta especie de ostracismo
que me estaba como anulando y de ahí no paré más, me relajé,
comencé a sentirme parte de ese mundo y comencé a formarme
seriamente como actor.
Saltaste la barrera.
Aunque quedaba otra, igual o mayor: la cultural. El nivel cultural
de mi vida en San Fernando era muy básico. Si bien sabía muchas
cosas, gracias a la televisión, intelectualmente no era muy preparado.
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Daniel Muñoz en entrevista durante el Festival Internacional de Cine de Lebu en Chile. |
¿Fuiste buen alumno? Es decir, hablando de lo académico.
No fui un buen alumno en el colegio. No era bueno para la lectura, no era bueno para hablar en público, y eso era algo que se
exigía mucho en la escuela de teatro. Tuve que empezar de a
poco, y, así, aprender a hacerlo. Creo que esa fue mi principal
complicación: la timidez, obviamente, mi preparación intelectual,
también… pero sabía jugar muy bien. Jugaba mucho y eso, en
la actuación, tiene mucho valor y es muy útil.
¿Qué otros retos te han tocado enfrentar?
Como actor o como artista, lo primero que se me viene a la mente en lo audiovisual, fue el proyecto que me presentó Miguel
Littín, que fue “Allende en su Laberinto”, donde se me planteó
interpretar a Salvador Allende el día del golpe militar.
Era un guion escrito por el propio Littín, que contaba la historia de amor entre un Policía de la Guardia personal de Allende
y una Policía de Palacio, una “carabinera”. Y Allende transitaba
por esa historia, entraba y salía como personaje.
Interpretar a Allende. Vaya que fue una gran
responsabilidad.
Fue un proceso largo, muy largo, primero de instruirme en la
vida de Allende, zambullirme en la historia, y tratar de encontrar
el Allende coloquial, el Allende íntimo, porque de él sólo existían
videos, imágenes, películas documentales del político, el estadista, el hombre de los discursos. Había muy poca referencia,
salvo la narrada por miles de personas que lo conocieron, de
cómo era en la vida privada.
¿Lo conocieron?
Miguel Littín lo conoció. Era su Director de Imagen en el Gobierno
de la Unidad Popular, en lo que trabajo ante cámara se refería.
Fueron dos años de conversaciones, de reuniones periódicas,
lo que hizo que el texto, el guion, fuera mutando, y la historia
de amor se fue de lado y quedó como una especie de viaje de
Allende, por eso el título de “Allende en su Laberinto”.
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Daniel Muñoz en el musical Violinista en el tejado |
¿Un viaje?
Fue un viaje un poco como en “La Divina Comedia”, cuando va
cayendo y van desapareciendo los amigos, Allende reflexión sobre
su accionar. Es un proceso que yo valoro mucho justamente en
eso, en el proceso. El resultado de la película creo que no es
satisfactorio. Pienso que faltó mucho más tiempo para mejorar el
guion y, obviamente, para filmar la película con mayor cuidado.
Todo un desafío actoral.
Exactamente. Como desafío actoral fue de lo más importante
que me ha tocado en lo que a cine se refiere. Si bien la mayoría
de mis trabajos trato de hacerlos con excelencia, como desafíos
que yo mismo me coloco, esto ya no era inventar, sino de representar de la mejor manera un personaje tan importante como
Allende. Y la gran lección, la gran enseñanza creo que, tanto
para mí como para Miguel, fue que, claro, nos dimos cuenta
de que este personaje mítico estaba dividido, fragmentado, en
miles de Allendes. Cada persona tenía su propia imagen de
Allende. Entonces, el gran alivio fue resumir en esta película
nuestra visión. No complicarnos por tratar de quedar bien con
Dios y con el Diablo, sino con nosotros mismos. De ahí surge
este trabajo, este taller de creación colectiva, que para mí es lo
más valioso, es lo más exigente que he tenido en mucho tiempo.
¿Y en televisión?
En televisión, lo mismo puedo decir de una serie que se llamó “Los
Ochenta”, que en principio tenía sólo una temporada y terminamos
haciendo siete. Estaba inspirada en una serie española titulada
“Cuéntame Cómo Pasó”, que contaba la historia de una familia en
los años ochenta en plena dictadura militar; una familia común
y corriente que se va viendo atrapada por los acontecimientos
de la época. Fue un gran reto mantener mi personaje a lo largo
del tiempo, era Juan Herrera, el padre de familia.
Hablemos de teatro…
En Teatro siempre ha sido, en cuanto a trabajo de actuación,
lo más complicado, por el desafío que representa estar en vivo
y en directo con el personaje, con un público, todo el proceso
y el esfuerzo que implica, el trabajo de memoria que requiere;
concentración y atención para poder transmitir cada función
la misma obra de manera diferente.
“Al trabajar en un
proyecto
cinematográfico,
televisivo
o teatral,
uno está
haciendo,
de algún
modo, política”
¿Cuál fue tu más reciente trabajo en teatro?
Mi último trabajo teatral fue un musical, “El Violinista en el
Tejado” y, por mi edad, por lo que significó volver a hacer teatro después de años, fue un desafío notorio. El físico no me
acompañaba, el elenco era, en su gran mayoría, jóvenes, incluso
jóvenes haciendo los personajes mayores.
Creo que Sara Pantoja, que era mi compañera, interpretaba a
“Golde”, y yo, éramos los únicos actores mayores. Fue un bálsamo
de energía tratar de seguirles el trote a todos los chiquillos y la
decisión fue que este elenco no sólo cantara y actuara, sino que,
también, participara en las coreografías, así que me vi un poco
impulsado y rejuvenecido con este proceso, pero funciones de
miércoles a domingo me pasaron la cuenta y debo reconocer
que estuve al filo.
¿Qué pasó?
Mis cuerdas vocales se resintieron mucho. Físicamente fue una
exigencia como nunca había tenido. Y, siendo que en teatro había
estado en obras bastante exigentes en lo corporal, pero, claro,
entonces tenía otra edad.
Son lecciones que van quedando y siempre para bien…
¿No?
Cada vez me siento más responsable, principalmente, en la selección de los proyectos en los cuales me embarco. Principalmente
porque, con el tiempo, especialmente al ser padre de familia,
uno siente que tiene una responsabilidad, la posibilidad de dejar
un legado en las historias que uno cuenta, en los personajes
que uno hace.
Tu trabajo conlleva una gran responsabilidad social.
Ustedes, a través de la actuación, pueden impactar las
vidas de los espectadores…
En la calle se acerca la gente y agradece por lo que ve, por las
risas, por la emoción, por sentimientos, pero, también, por el
contenido que uno entrega ya sea desde personajes heroicos o
desde los antagónicos. Es un equilibrio muy importante. Y, claro,
por el objetivo, la necesidad de contar historias que realmente
dejen, que tengan un sentido. Ahí radica mi compromiso de
entregar buenos personajes y de seleccionar, claro, historias
que merezcan ser contadas.
¿Qué tipo de personajes prefieres interpretar?
Personajes que estremezcan, sobre todo a este país (Chile) tan
necesitado de reflexión, con todo este proceso político. Uno
como actor, tiene un prestigio que debe poner al servicio de las
causas justas. Se va construyendo credibilidad por la seriedad
y la responsabilidad con la que uno enfrenta su trabajo y esa
credibilidad, también, tiene un valor agregado que conlleva poder
también para influir en decisiones de un país, en decisiones de
las personas.
Finalmente, muchas personas te están viendo y
escuchando…
Independiente de que se logren o no los objetivos, uno siente que
mucha gente lo está escuchando, lo está viendo y le hace caso en
las cosas que uno propone. Por eso es muy importante que uno
esté instruido, seguro y que tome con seriedad las opiniones
que da. Somos personas públicas y, frente a eso, yo no me he
querido marginar y he querido participar también del quehacer
social, no necesariamente político.
¿Te interesa la política?
La política no me produce un atractivo, o sea, la política partidista. Yo creo que sí he hecho política con mi profesión. Al
trabajar en un proyecto cinematográfico, televisivo o teatral,
uno está haciendo, de algún modo, política. Política partidista
ya es otra cosa. Y en la medida en que uno se hace mayor, se da
cuenta de que, sobre todo la gente joven, tiene mucha recepción.
Como artista me siento con mucha responsabilidad social para
resaltar los valores que humanamente se están destacando hoy
día. Valores como la igualdad de género, el cuidado de la mujer,
de la naturaleza, de la vida austera, de formas no consumistas,
en potenciar el arte que, sobre todo en la pandemia, ha salvado
la vida a tanta gente. Uno es parte de la salvación de otras personas, haciendo lo que hace. Son muchos los aspectos que me he dado cuenta de que recaen sobre mi labor y la responsabilidad
frente a eso es enorme.
¿Qué ventana de expresión prefieres? ¿Teatro, cine o
televisión?
Como que es una necesidad que va fluyendo con el tiempo.
Empecé por el teatro, una dedicación casi religiosa. Con el tiempo
apareció la TV. Luego el cine. Tuve que aprender poco a poco
sobre cómo actuar ante una cámara. Eso lo aprendí durante la
práctica. Obviamente, como un niño con juguete nuevo, es más
atractivo al momento de la novedad. Y con el tiempo, apareció
la música también.
“Uno como
actor, tiene
un prestigio
que debe
poner al
servicio de
las causas
justas”
¿Cómo organizas tus tiempos entre tantos proyectos
artísticos y la familia?
Tuve varios tropiezos en mis relaciones de pareja. Luego, también
llegaron los hijos. Como padre inexperto, el exceso de trabajo
me jugó en contra.
Era muy agotador pensar que el fin de semana, que es cuando
la generalidad dedica tiempo para la familia, yo tenía que prepararme para ir a dar función de teatro o un concierto. Salir
temprano y llegar tarde. En ese entonces, la música venía recién
llegando y me entregaba todo lo que mi necesidad de artista
requería: un público, un escenario, contar una historia.
Poco a poco fui organizando mis prioridades. Dejé de hacer
teatro por mucho tiempo y gané un gran espacio para mí y para
mi familia. Ahora, con un mutuo acuerdo con mi pareja, que es
clave, que entiende que hay una necesidad también personal,
estoy con la idea de este año volver a hacer teatro.
¿Ya tienes proyectos?
Sí. Dos. Uno es con el Teatro Ictus, de acá en Santiago, que es una
compañía de las más antiguas que existen en Chile, compañía de
teatro contestatario, de teatro político, que fue muy importante
en el combate a la dictadura. Ahora que se conmemoran 50 años
del golpe cívico militar en Chile, me invitaron a participar en la
obra “Primavera con una Esquina Rota”.
Para el segundo semestre del año, la Universidad Católica me
invitó a participar en un proyecto que ganó el Fondo a las Artes
que otorga el Estado. Se trata de una obra de la autora Isidora
Aguirre: “Los Papeleros”.
El teatro me va a tener absorto este año, independiente de si
existe un proyecto para TV o cine. Es cíclico. No puedo negar
que extrañaba mucho el escenario teatral y pues se dio la posibilidad. Se conjugaron las voluntades.
Comentaste de un mutuo acuerdo con tu pareja. Eso habla
de comunicación abierta y estabilidad.
Así es. Las tenemos. Los dos estamos dedicados al arte, a lo
audiovisual, a la actuación. La pandemia fue una etapa de reflexión
muy profunda. Nos ayudó mucho a reafianzar nuestros vínculos como pareja, a darnos cuenta de lo importante que son el
espíritu y el alma, por sobre lo material.
La escasez de recursos, el aislamiento que produjo la pandemia, nos hicieron caer en cuenta de que si espiritualmente,
emocionalmente, no estábamos firmes, sería muy fácil derrumbarse. Nos dimos cuenta, también, de la importancia del arte,
de la música, del audiovisual, para acompañar el encierro de
muchas personas.
Esa situación les ayudó a redimensionar todo…
Fue una situación complicada en lo laboral porque, obviamente,
no se podía hacer muchas cosas con público. En el caso del
teatro, la música, en lo audiovisual, los protocolos no estaban
definidos, por lo que era un riesgo.
Nosotros, como familia, como pareja, nos fuimos enterando
de que había otras necesidades y lo que surgió fue una variedad
de proyectos sociales: poder ayudar, ir a los campamentos, que
son proyectos comunitarios en donde un grupo de personas se
apodera de un terreno, gente necesitada de hogar, de casa, de
tener una vivienda, y lo colonizan y se quedan ahí hasta que
consiguen que el gobierno les regularice su situación. Existe
esa posibilidad legal, pero es un proceso muy sacrificado, muy
engorroso, que a veces no funciona bien y puede resultar eterno.
Son territorios que están muy abandonados socialmente y requieren mucho apoyo.
Existen las ollas comunes, en México las conocen como “Comedores Populares”, que son organismos que organizan los mismos
vecinos, con lo que tienen, y alimentan a toda la comunidad. Para
eso necesitan recursos. Alimentos, principalmente. Bernardita y yo nos dedicamos mucho a eso, a gestionar con nuestros
contactos para ir en ayuda de esta gente y acompañarlos con la
música, también. Eso nos llenó el espíritu; nos salvó en esa crisis
laboral-sanitaria, y nos entregó una lección de vida, que es lo
que al momento nos define e inspira como personas y artistas.
¿Existe la inspiración?
La inspiración existe. Es un fenómeno de los seres humanos y
tiene que ver con la capacidad, justamente, que tienen las personas
de estar alerta, atentos a su entorno, en base a una necesidad o
un objetivo que no encuentra respuesta. Si uno está atento, la
naturaleza misma, la vida, te ayuda a resolverlo.
Entonces es algo que se da, pero que no todo mundo
percibe ni aprovecha.
Creo que para eso sí es necesario estar muy abierto. No es
sencillo. Si bien es una condición natural, uno también, como ser humano tiende a atrofiarse, a ensuciarse, a ir en contra de
su propia naturaleza. Y a veces la inspiración se esconde, desaparece, se borronea…
“Es importante estar
en sintonía
con la naturaleza,
estar equilibrado,
atento, descansado,
feliz”
¿Falta de sincronía?
Creo que es importante estar en sintonía con la naturaleza, estar
equilibrado, atento, descansado, feliz. Aunque, claro, algunos
dicen que la inspiración viene de lugares oscuros. Puede ser real
en el sentido de qué es lo que uno está buscando.
Es decir, puede encaminarse para el bien o para el mal…
La inspiración no necesariamente tiene que ver con causas nobles.
Tiene que ver con lo que uno está buscando en el momento
preciso de su vida, ya sea en el trabajo como artista o en otras
actividades cotidianas.
Pues que la inspiración te siga por siempre y para bien en
todos los terrenos de tu vida, mi querido Daniel. ¡Muchas
gracias!
Gracias a ti, Edui. ¡Saludos a todos los lectores de “Arte, Cultura
y Sociedad”!