Corriente
alterna
Tarea
pendiente
En las dos entregas
anteriores de esta
columna sugerí pautas
para una mejor vivencia
de la cultura como
práctica social y pública,
cuestiones que derivaron
de un análisis al contexto
que derivó de la pandemia
a nivel mundial y nacional.
Como era de suponerse, este ejercicio me llevó
al escenario local y, por ello, propondré lo que
me parece ser una tarea pendiente para el
escenario cultural de Nuevo León.
Primero que todo, es necesario referir que no
podremos avanzar si antes no reconocemos
las condiciones de nuestra circunstancia
como comunidad. Eso implica preguntarnos
si realmente conocemos a nuestra cultura, es
decir, lo que nos define como nuevoleoneses.
Un acercamiento a ese ángulo tiene que ver
con el conocimiento y valoración de nuestro
patrimonio tangible e intangible. Lo menciono
porque, en la primera de las dos categorías
citadas, si bien es cierto que existen programas
y actividades donde se manifiesta una toma de
consciencia -e incluso un orgullo- por el tema (ahí
está la magnífica iniciativa del Día del Patrimonio
de Nuevo León), también es verdad que existen
monumentos y restos arqueológicos que aún no
han sido debidamente estudiados, valorados o
incluso potenciados (¿imaginamos, por ejemplo,
museos de sitio en espacios tan diversos como la
casa de Aramberri o los panteones Dolores y Del
Carmen, o paraderos turísticos en La Huasteca
o La Hacienda del Muerto?), lo cual también
aplica a otras expresiones intangibles –como
la tradición oral o las expresiones de música
popular- que ameritan un estudio al margen
de sesgos. Ambos ángulos de nuestra riqueza
cultural constituyen un potencial que no hemos
dimensionando quizá por miopía política o –en
el peor de los casos- por el desconocimiento
de aquello que nos constituye.
Pero que eso haya estado sucediendo no nos
condena a mantenerlo como tal; sólo es cuestión
de atrevernos a pensar diferente y, en especial,
a darle la oportunidad a aquellas expresiones
que suelen pasar de largo cuando hablamos
de expresiones culturales o artísticas.
Un ejemplo de lo anterior sería nuestra gastronomía. Se trata de una expresión cultural que tiene
un enorme potencial. Hay mucho por rescatar
en las estufas de los barrios y ejidos, mucho por
conocer sobre los productos de la región, mucho
por estudiar en las herencias judías y árabes que
aparecen en nuestros platillos típicos y, también,
mucho por reconocer en lo que hemos asimilado de cocinas que desde hace tiempo conviven
en nuestros fogones, como serían las cocinas
norteamericana, cubana, venezolana y haitiana.
Estoy seguro que, si nos atreviéramos a explorar
esas aristas de la gastronomía nuevoleonesa,
encontraríamos una magnífica oportunidad
de negocio, sí, pero en especial un buen
elemento a favor de la cohesión social, y eso
que podemos hacer con la cocina también
lo podríamos aplicar a otras expresiones de
nuestra cultura.
Por otro lado, nuestros museos también ameritan
una revisión infraestructural y de vocación. Esos
espacios son activos con grandes posibilidades
de dar mejores servicios pero requieren de
nuestra participación por medio de sinergias
estratégicas con universidades, organizaciones
y centros de estudio, campañas de donación,
revaloración de su papel en la comunidad e
incentivos de toda clase. Hecho esto, podríamos
pensar en una mayor difusión de sus vocaciones
y, particularmente, en dinámicas que les ayuden
a ser espacios autosustentables, de modo que
puedan evolucionar hacia nuevos conceptos
de carácter horizontal e incluyente, tal como
ya sucede en otros países.
Por último, algo relevante: frente a las crisis
económicas, los cambios socio políticos y,
en especial, frente a una terrible pandemia
que nos arrebató muchas vidas e ilusiones, la
comunidad cultural y artística no ha fallado en
su compromiso con la gente; por el contrario, ha
trabajado a contracorriente y sin otro ánimo que
el de registrar nuestro pensar y sentir a través
de su inventiva y talento.
¿Qué ha pasado entonces con las autoridades
culturales, qué han hecho ante estos escenarios?
Ciertamente, han generado iniciativas y acciones
con las cuales pretenden ciudadanizar la vida
cultural y artística, y eso es loable… pero todavía
falta mucho por hacer, sobre todo porque el
concepto de “ciudadanización” suele prestarse,
en el peor de los escenarios, a la comisión de
prácticas o situaciones reprobables, como
que el Estado se lave las manos de hacer algo
que le corresponde o que se aprovechen las
estructuras y contenidos del aparato cultural
para fines políticos, de causa o partidistas.
Así, es necesario que, en el replanteamiento de
nuestra nueva forma de comprender y vivir la
cultura, los ciudadanos busquemos que se
abran espacios de participación activa con
las autoridades para así generar programas,
proyectos y dinámicas que fomenten el valor
estratégico de la cultura como motor de nuestra
identidad, del potencial económico y social
que existe en nuestras prácticas artísticas, de
nuestra creatividad, auto estima y bienestar
como colectivo y, por último, de la preservación
de nuestro patrimonio artístico, arqueológico,
natural e histórico.
Lo anterior implica una revisión y reconocimiento
al carácter esencial de nuestra cultura. Para
lograrlo se requiere que nos acerquemos -sin
prejuicios- a aquello que nos define. Lo que resulte
de esa revisión se debe trasladar a la normativa
y estructura de las autoridades culturales, esto
con el ánimo de que sus contenidos consideren
lo que realmente nos define, atañe y urge.
Sólo así podremos hablar de una verdadera
participación ciudadana y democrática en
donde cabrán todos los actores y sectores que
integran a Nuevo León. Esa es una práctica que
-por cierto- puede realizarse desde ya, a través
de foros o plataformas convocados por la ciudadanía con el objetivo de registrar las ideas
para luego compartirlas con las autoridades,
personajes u organizaciones y así construir un
producto común. Esa es la tarea pendiente. No
es sencilla, pero tampoco imposible.
Ignacio Mendoza
Instagram: @ignaciomendoza.consultor
Docente y consultor académico
y cultural. Ha sido Premio Nuevo León de Literatura
y Director de Cultura en el Municipio de Monterrey.
También se ha desempeñado como profesor de
Letras Hispanoamericanas, y prepara actualmente su
segunda novela.