|
Fotografía: Cortesía DETONA |
Irreverente
Los restos
de los ineptos
Les platico una frase de Truman Capote que
encaja perfectamente en las redes sociales,
cuando se tornan eufóricamente pródigas
en babosadas escritas y auditivas:
“Siempre hacen más ruido las latas vacías que
las llenas. Lo mismo ocurre con los cerebros”.
El delirio de notoriedad que padecen algunos,
los hace acosar de tal manera, que cuando
alguien se sale de un chat -aturdido por ese
tipo de ruido- los “administradores” lo vuelven
a meter para seguirlo hostigando.
Más que diversión, es una desviación la de
esos pervertidos, que confunden la libertad de
expresión con el libertinaje propio de mentes
áridamente amuebladas.
Son tan arrastrados, que les da pereza escribir
y entonces, graban sus mensajes.
Al ese tipo de personas prefiero darles rápidamente la razón, antes que leerlos y
escucharlos.
Muchos de ellos son foquitas aplaudidoras de
un alcalde o de un presidente o de ambos. Se
autoproclaman “extremos” por el solo hecho
de la vulgaridad con que excretan sus heces
vueltas textos y audios.
Forman parte de grupos que se transforman en
multitudes manipulables, cuando sucumben
al carisma de un político y no a la capacidad;
cuando caen de rodillas ante la imagen y
no ante la idea; cuando le rinden culto a la
afirmación y no a la prueba; cuando adoran
la repetición y no la argumentación; cuando
veneran la sugestión y no el razonamiento.
Son fusibles consumidos por su patético complejo de notoriedad. Les hacen falta anteojos
a sus antojos de lucimiento personal.
Se parecen mucho a los famélicos y frenéticos
personajes del libro de Fedro Guillén, “Crónicas
de la imbecilidad”, publicado en 1998.
Quieren hacerse deseables, pero son invisibles…
sus confusiones se vuelven confesiones, plagadas de carencias e indefiniciones que tienen
que reflejan sus destartaladas personalidades.
Entre ellos, un necio siempre encuentra a otro
necio mayor con quien identificarse.
Son tan inseguros que cuando atacan a
alguien, piden ayuda a sus iguales. No pueden
hacerlo solos, porque son ruidosas latas vacías.
Sus excreciones -que no expresiones- terminan en el cementerio, después de haber vivido
en el manicomio. Son una desgracia humana,
porque ya se acostumbraron a hacer el ridículo
todos los días. Se decapitan entre ellos, y ya
descabezados, ofrecemos en su memoria un
triduo de misas.
Y en el panegírico de cada una de ellas le voy
a pedir al sacerdote en turno que al leer los
pasajes del Evangelio, haga repetir al coro
de los feligreses en la iglesia, este salmo
responsorial: “rogamos por los decapitados”.
CAJÓN DE SASTRE
“Elimina lo que no necesites. Funciona para
los vicios, para la comida y para personas
como esas”, remata la irreverente de mi Gaby.
placido.garza@gmail.com
placido@detona.com
Nominado a los Premios 2019 “Maria
Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY;
“Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de
Periodismo”. Forma parte de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información
a empresas y gobiernos de varios países. Escribe para
prensa y TV. Maestro de distinguidos comunicadores en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras.
Como montañista ha conquistado las cumbres más
altas de América.