Por: Edui Tijerina Chapa
Fotografía: Cortesía Eduardo Yáñez
EDUARDO YÁÑEZ
No hay actor malo a papel sabido
Con más de 40 años de trayectoria e
infinidad de reconocimientos por sus
actuaciones en títulos tan importantes
en teatro, cine, TV y streaming, como
“Quiéreme Siempre”, “El Maleficio”,
“Senda de Gloria”, “Corazón Salvaje”,
“Striptease”, “The Punisher”, “Man
on Fire”, “CSI: Miami” y “Falsa Identidad”, entre muchísimos otros, Eduardo
Yáñez es, sin duda, uno de los actores
más influyentes de la Industria del Entretenimiento de México
para el mundo.
He tenido oportunidad de coincidir con él en varios proyectos.
Uno de ellos, la película “El Niño Dios” (“The Christ Child”), que
escribí para Beverly Hills Entertainment y en la que él interpreta
al Rey Herodes. Otro ha sido trabajando como coguionista en una
historia creada por él y que hemos adaptado para la pantalla grande.
Justamente, para esta ocasión, tenemos la oportunidad de
charlar y explorar, para todos Ustedes, queridos lectores, en
sus ideas, sus emociones, vivencias y proyectos. Ya conocemos
al actor. Ahora, conozcamos al ser humano, al amigo.
Cuéntanos, Lalo. ¿Cuáles son tus primeros recuerdos de
infancia?
Son recuerdos de una niñez muy tranquila y feliz. En la cárcel.
¿En la cárcel? ¿Cómo?
Mi madre, María Eugenia Yáñez Luévano, y mi abuela, eran celadoras en Lecumberri, que era la única cárcel mixta en nuestro
país. Ya después vinieron la cárcel de mujeres y otros reclusorios.
Ambas hacían un tándem que para qué te cuento.
Tenían ahí un cuarto con una cama. En realidad era una
celda acondicionada, habilitada, aunque el baño era general.
Pero ¿por qué te tenían ahí?
Mi mamá trabajaba turnos largos. No teníamos un lugar
dónde vivir. Me llevó allá a eso de los 7 años. Mis otros medios
hermanos vivían con mi abuela.
¿Y cómo te cuidaba mientras le tocaba trabajar?
Me cuidaban entre todos.
¿Entre todos?
Sí. Los reclusos. Se turnaban para cuidarme: “Pásame a Lalo”,
“No, ahora lo cuido yo”.
¿No te daba miedo?
¡Para nada! ¿Sabes? Recuerdo perfecto a un cuate llamado Raúl.
Era un hombre alto, delgado. Tenía cinta negra en karate y estaba
ahí porque había golpeado a su esposa y matado a su amante.
Lo pintaban como el más violento pero con nosotros era todo lo
contrario. Me contaba cuentos, me enseñó a jugar ajedrez y damas
chinas. También pretendía a mi mamá y hasta le mandaba flores.
En realidad, la cárcel fue un hogar cálido. Fue de las épocas
más felices de mi vida. Aunque siempre te va a hacer falta un
hogar, porque cuando vives en un sitio en el que “te dan chance”
no es lo mismo. La pasé muy bien.
¿Qué otras vivencias tuviste en ese sitio?
En ese lugar me vio mi primer psicólogo, me atendían problemas de salud, me operaron de las anginas. Aprendí a boxear y
defenderme; comencé a fijarme en las mujeres y hasta debuté
como actor.
¿Debut como actor?
Sí. Bueno, mis primeras apariciones en público.
¿Cómo fueron?
Fueron en las fiestas del Día del padre y del Día de las Madres.
Inolvidables aquellos momentos declamando “Cultivo una rosa
blanca…” de José Martí.
Retomemos el tema del peligro…
Como te decía, nunca sentí que vivir en la cárcel fuera peligroso
para mí. Iba con mi mamá de un lado a otro. O me quedaba con
mi abuela, o con alguna reclusa, mientras ella se iba a hacer su
ronda. A veces, de plano, me quedaba dormido en los brazos de
alguna de ellas. Disfrutaba sus horas del café, del dominó o de
las cartas, hasta que llegaba la hora de dormir. Todos a apagar
las luces, y “hasta mañana”.
¿Y tu papá?
Cuando mi madre quedó embarazada, estaba muy joven, muy
chica. Era su tiempo de estudiante. Los amores de la escuela.
Ya sabes. Quién sabe dónde esté o qué haya sido de ese señor.
No sé si corrió o lo corrieron.
¿Nunca preguntaste por él?
Pues de pronto, siendo niño, me llegó la edad del drama y la
curiosidad, la inquietud de preguntar “¿de dónde vengo? ¿quién
soy?”. Mamá pidió que me sentara y comenzó a contarme que él
había muerto en un accidente de auto. Pero ¿qué crees? Mi abuela,
que estaba en la cocina, intervino: “Ya, dile la verdad al niño”.
Entonces, comprendí y le dije: “Jefa, no te vuelvo a preguntar.
Tú eres la única. Mi papá y mi mamá, mi universo, quien cubre
todas las áreas”. Nunca la volví a molestar con eso.
Ya grandecito, cuando mi carrera comenzó a despuntar y el
público me reconocía, fueron llegando cartas y cartas a Televisa.
Yo diría que miles. Desde distintos Estados. Unos diciendo que
eran de mi padre, otros informando de posibles paraderos y
demás. Pero, obviamente, las tiraba todas.
La verdad, me importa poco.
Entiendo, entonces, que tu mamá y tu abuela eran mujeres
de carácter fuerte.
¡Eran como generales! Hablaban fuerte y todos les hacían caso.
Pero también hablaban suave, de manera tierna y amorosa, y
entonces todos las adoraban.
¿Y llegaste a tener padrastro?
Mamá se casó con el Director del penal pero, obviamente, él se
interesaba en ella, no en mí. Él tenía sus hijos y yo me sentía
como arrimado. La verdad es que me hizo falta un hogar, poder
decir “estoy en mi casa”.
Siempre me hizo falta un hogar. Nunca me faltó madre. Un
padre, menos. A lo largo de mi vida y a través de mis años me he
casado en dos ocasiones. Todo el tiempo he deseado establecer
un hogar como el que quise de niño.
“Mi madre,
María Eugenia Yáñez
Luévano, y
mi abuela,
eran celadoras en
Lecumberri,
que era la
única cárcel mixta
en nuestro
país”
¿Y el esposo de tu mamá, te trataba bien?
Mi padrastro era de disciplina militar muy exagerada, pero era
parejo con todos. Tanto para él como para mi mamá era de lo
más normal criar así a sus hijos. Fueron los tiempos.
Pero no toda tu infancia fue de pasarla en la cárcel, ¿cierto?
También te puedo hablar de mis bases del barrio, en la “Pensador
Mexicano” de la Ciudad de México.
Aprendí a fajarme en la calle. Vendía gelatinas y paletas, boleaba
zapatos. Lo poco que ganaba se lo llevaba a mi mamá. Ella se
reía: “Eso no alcanza para nada”, pero en el fondo apreciaba mi
esfuerzo.
Bases invaluables para ir trazando camino al futuro.
Sin duda. Tú te vas creando el futuro que quieres. Es la verdad.
Es importante tener una dirección pero, también, una ambición. Y no me refiero necesariamente a lo material. Puede ser,
por ejemplo, querer ser como alguien a quien admiras, desear
compartir la mesa con madre, padre y hermanos conviviendo
al mismo nivel… cosa que nunca logré, que nunca tuve.
¿Eso te duele?
No es que me duela recordarlo. Más bien, me trae a la mente la
idea de que por eso hoy soy como soy. Después de todo, lo que
tuve o no tuve, lo que viví o no viví, fue determinando lo que soy
actualmente. Y es algo por lo que estoy agradecido.
Lo que uno vive de pequeño y la manera en que uno lo maneje,
marca el cómo eres en la edad adulta. Cada experiencia, sea
buena o mala, te va moldeando si la manejas de manera constructiva o destructiva.
Me dijiste que te has casado dos veces.
Sí.
¿Y qué pasó?
Pues creo que una cosa es que te cases enamorado, llevando contigo el sueño de algo, y otra, muy distinta, que no fluya, que
no se forme por sí solo y que, encima, lo quieras armar a fuerza.
¿A qué te refieres?
A que no siempre las cosas se dan de la manera ideal. Por ejemplo,
la mamá de quien fue mi primera esposa me tenía catalogado
como flojo, como alguien que no servía para nada. Me acusaba
de que sólo quería a su hija por el físico. Ante eso, le prometí
que me casaría con su hija y que la haría muy feliz.
“La cárcel
fue un hogar cálido. Fue de
las épocas
más felices
de mi vida”
¿Cómo fue su relación? ¿Quieres contarnos al respecto?
Yo trabajaba en una tortillería. Ella vivía en La Merced y un día
llegó a comprar. Hicimos click. Intercambiamos números de
teléfono. Eran de los alámbricos. Si no estabas en casa, se perdía
la llamada ¿te acuerdas?
Me la pasaba escondido debajo de la escalera, esperando a
que se comunicara. Tardó una semana en marcar. Quedamos
en vernos y ahí comenzó todo. Nos casamos y tuvimos a nuestro
hijo, Eduardo Junior.
Cumpliste tu promesa. Esa que le hiciste a su mamá.
Sí. Finalmente, me casé con ella. La llevé, le di un lugar para
vivir. La apoyé con su carrera. Compré todo lo que pude para
que no faltara nada… pero no tuvimos un hogar. Ahora, con el tiempo, no sé si me casé por estar enamorado realmente o por
orgullo, por mostrarle a aquella señora de que yo era, y soy, un
hombre de palabra que cumple lo que promete.
¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
Ocho años de novios. Un año y medio o dos de matrimonio. Y ya.
¿Y qué pasó con tu hijo?
Tras la separación, él se quedó con su mamá. Luego vino una
serie de obstáculos que tuve que ir enfrentando para ver al niño.
Encima, se me junta el fin de mi contrato con Televisa. Fue
una mala racha. Yo ya andaba en el alcohol. No veía la puerta.
¿En el alcohol? ¿Tuviste problemas con él?
Fui un alcohólico terrible. Ya ahora no tomo y me siento muy
bien. De hecho, me va mucho mejor en la vida y en el trabajo.
Presentarte a trabajar con resaca, todo crudo, es de lo peor.
Te sientes muy mal. Alguna vez volveré a caer. Yo lo sé. Porque, la verdad, me gusta. Me gusta, pero no lo tomo diario
como antes.
El alcohol es un tema cultural. Está en todas las culturas del
mundo. No es excusa, es exponer mi punto de vista. El tema
es tomar conciencia de cuándo pasa de ser un disfrute a un
problema…y de problema a la enfermedad.
Los problemas del amor, la soledad, las búsquedas, las incógnitas y esas interrogantes de por qué no tuve familia, mi papá,
en fin. Llegas a pensar que la relajación del alcohol te ayudará
a dejar de pensar, pero sólo acentúa. Estuve así por cinco años.
¡Imagínate! Un día, tenía tantas ganas de tomar y ya no había
qué, que llegué a ingerir loción para afeitar con agua.
¡Si supieras! Pasé días en los que tenía que amarrarme a la
cama para no salir a las 2 de la mañana a buscar alcohol.
Toqué fondo. Hasta que de pronto me llegó el giro y la reflexión
de “Este tipo no es lo que yo quiero de mí”. Siempre estaré
agradecido con Gerardo Ledezma y con Lucía Méndez. Lucía
me apoyó muchísimo. Mi gratitud infinita para ella.
|
Eduardo Yáñez y Victoria Ruffo |
¿Cómo fue ese “tocar fondo” que comentas?
Intenté suicidarme con una 45, una Golden Cop militar, que era
de mi padrastro. Estaba solo en un departamento en Polanco. Le
saqué. Me dio rabia. Terminé desquitándome con las ventanas.
Nunca lo voy a olvidar.
“Comencé a
actuar en el
Politécnico,
haciendo
teatro experimental,
pero jamás
me imaginé que sería
actor”
¿Qué pasó por tu mente?
Estaba frustrado. En ese momento me sentí cobarde. Al paso de
los años, me siento valiente por decidir no concretarlo y optar
por enfrentarlo todo. El suicidio es sólo un paso y no nada más
te afectas a ti…sino que afectas por y para siempre a tus seres
queridos. Por otro lado, estando vivo, las posibilidades de salir
adelante son muchas. Todo depende de la actitud con que uno
haga frente a los retos que se van presentando.
¿Y cómo saliste de esa etapa?
Me llamaron de Miami para hacer “María Elena”, con Lucía Méndez. No sabía qué hacer, porque era con la competencia, y lo fui a
consultar con un hombre al que le debo mucho y al que siempre
vi y veré como a un padre, Don Ernesto Alonso. Él me sugirió que me fuera, que cambiara de aires, que redimensionara las
cosas viéndolas desde la perspectiva, a la distancia.
Son aprendizajes…
Muchos aprendizajes llegan forzados a partir de momentos oscuros. Tarde o temprano, si no hay luz, terminas aprendiendo a
crearla. Uno no puede actuar de mala manera justificándose en
haber tenido lo que podría calificarse como una mala vida. ¿Me
hicieron así? ¡Nada de eso!
Como te decía: Todos podemos pasar por cosas buenas o por
cosas malas. Cada uno construye el camino que quiere seguir
a partir de eso. Unos se hacen mejores. Otros, peores. Unos
con grandes ventajas y otros con muchas desventajas. Unos con
grandes oportunidades que no aprovechan. Otros que han tenido
que tirar puertas para abrirse paso.
Todas esas experiencias, todas esas vivencias, ¿te han
servido en algo para tu carrera como actor?
Pero claro! Te aseguro que estoy mucho muy agradecido con
todo lo que viví. Cuando encontré esta carrera que amo tanto,
caí en cuenta de que lo vivido me representa herramientas para
construir y representar a mis personajes.
Tal vez no tuve todas las escuelas de actuación que hubiera
querido, pero cuando los maestros me hablan de “usar las vivencias para dar verdad a los personajes” me digo: “Vaya, sí que tengo
mucho con qué trabajar”. Me he ido puliendo con el tiempo y,
si revisas mi historial, te darás cuenta de que he podido interpretar todo tipo de personajes que, a su vez, se mueven sobre
una amplia variedad de conflictos y sentimientos.
A propósito, ¿cómo comenzaste a actuar? ¿dónde?
Fue en el Politécnico, haciendo teatro experimental. Al decir
verdad, yo quería ser luchador o tirarle al futbol americano.
Por cierto, le voy a los Vaqueros de Dallas y mi favorito es Tom
Brady. Pero jamás me imaginé que sería actor.
En ese entonces me llamaban “El Pelos”. Una vez, terminando
un entrenamiento de americano, pasamos cerca de donde estaba
ensayando el grupo de teatro. Se preparaban para una competencia entre preparatorias. Nos detuvimos a ver a las chavas.
La verdad, nos gustó y pareció interesante cómo trabajaban. Y
seguimos asistiendo en muchas ocasiones. Casi llegamos a aprendernos los parlamentos y los movimientos o trazos escénicos.
Un día, uno de los chavos del reparto se enfermó y, como nosotros
estábamos por ahí, el director se acercó para proponer cubrirlo.
Yo me animé, para ayudar a que fluyeran los ensayos mientras el
otro regresaba. Total que no volvió y se llegó el día del estreno.
Sentí muchos nervios. Tenía miedo, pero no tanto al público, sino
a que se me olvidara una línea. Así fue mi debut, con temor y todo.
|
Eduardo Yáñez y Érika Buenfil. |
¿Sigues sintiendo ese temor?
Siempre. Me sigo sintiendo inseguro. Por eso estudio tanto. Don
Ernesto Alonso decía “No hay actor malo a papel sabido”. Me gusta
memorizar hasta que no se me olvide ni una sola línea. Luego,
ya con todo memorizado, trabajo en construir el personaje… y
ensayo, ensayo y ensayo.
Acostumbro a grabar para analizarme y pulir. También
actúo frente al espejo. Y repito, repito y repito, cuantas veces
sea necesario.
Eres un actor comprometido.
Tenlo por seguro. Una vez que me comprometo con un proyecto,
le entrego todo mi tiempo y atención. No soy tan elevado, pero,
eso sí, no tengas duda de que me meto de lleno y por completo
al personaje.
¿Y luego, no es difícil? Es decir, salirte del personaje.
Me puede llevar hasta dos meses o más quitarme de esa piel,
de ese perfil. Primero cuesta trabajo adherirlo… y luego mucho
trabajo quitarlo.
Fíjate que antes no tenía idea de que me involucraba tanto.
|
Eduardo Yáñez y Eugenio Cobo. |
¿Y cómo te diste cuenta?
Por el comportamiento de los demás. Al ver cómo cambiaban
conmigo. Y me decía: ¿Pero qué les pasa? ¿Por qué me tratan
de tal o cual manera? Y eso no era más que el reflejo de cómo yo
mismo me estaba comportando. Fui analizando las situaciones
y vi que, a veces, fuera del escenario, mantenía algunos modos,
o frases, o reacciones propias de mis personajes.
Poco a poco, conforme iba deshaciéndome de ellas, los demás
volvían a comportarse normalmente conmigo. ¡Hasta mis perros y gatos reaccionaban a mis cambios de conducta!
De pronto no sé ni quién soy yo, porque han sido tantos los
personajes que ya no sé si yo soy así, realmente, o una combinación de lo que me va quedando de cada personaje que interpreto.
“Me construyeron
una imagen
de iracundo. Como
si fuera por
la vida peleando hasta con los
postes”.
¿Te ha tocado la llamada “depresión post-proyecto”?
Uy. Sí. ¡Me da una tristeza enorme cada que termina un proyecto!
Otros celebran, yo me enfrento al bajón, a menos que llegue
otro seguidito, rápido.
En este momento, ¿cómo te describes?
Soy algo inseguro y me cuesta mucho el perdón. Soy generoso,
me gusta mucho dar, compartir. Me considero claro, real y
transparente. Honesto, derecho y muy trabajador. Perfeccionista
y muy exigente conmigo mismo.
Cada mañana, salgo esperando tener un día sensacional, maravilloso, productivo. Soy un tipo que canta, que cuenta chistes,
hago bromas. Tengo un amplio sentido del humor, aunque a
veces un poco dark. No soy una persona que falte al respeto ni
que ande por la vida cantando broncas, pero, eso sí, si me llevan
a situaciones extremas e incómodas, sí soy algo explosivo.
Recuerdo aquella situación de la cachetada al reportero. Pero
basta ver el video completo para caer en cuenta de que el hombre
te provocó abiertamente.
Eso y que la televisora alteró la situación. Me hicieron quedar
como un monstruo. Me construyeron una imagen de iracundo.
Como si fuera por la vida peleando hasta con los postes. Tú me
conoces, Edui, y sabes que no soy así.
Me consta que no eres así. Quienes te conocemos te
tenemos en alta estima y en concepto de noble, tranquilo y
buena persona.
Gracias. Y sí. Mira: yo habré tenido dos o tres discusiones en
toda mi carrera. Eso no te hace candidato a terapia de “manejo
de ira”. Soy un ser humano de lo más normal. Sin embargo,
han insistido tanto en este tema, como si fuera lo único o más
relevante de mi carrera, que llega el momento en que incomoda
y hasta uno se pone a la defensiva, esperando que alguien llegue
con la intención de provocar.
Pues ojalá que los medios amarillistas se concentren en el
trabajo del artista y no en sus escándalos. Y peor, si se trata de
cosas inventadas.
Que así sea
Al principio nos hablaste de tu madre. ¿Cómo ha sido tu
vida sin ese gran apoyo?
¿Qué te digo? Ahora es cuando más la necesito. Y es que cuando
uno tiene a sus seres queridos, da por descontado que estarán
por siempre.
Ya cuando comencé mi carrera en la actuación como que
todo fue “de lejitos”, aunque, la verdad, siempre me hice cargo
de ella. Y pienso en lo mucho que me faltó disfrutar con ella y
todo lo que ella no llegó a disfrutar conmigo.
|
Eduardo Yáñez con José Elías Moreno y Alexis Ayala. |
¿Sientes, alguna culpa respecto a ella?
Que no disfrutamos juntos mi tiempo de fama como actor. Me
enternece recordar que ella me presumía con sus amigas.
Algunas veces llegué a grabar escenas en “El Torito” y en
el Reclusorio Norte, donde coincidí con sus excompañeros.
Ellos se acordaban de cuando ella y mi abuela me llevaban
de chavito.
¿Qué pasó con ella?
La mala etapa comenzó con un mal trato médico. Yo les pagaba
para que la cuidaran y, en vez de eso, la descuidaron, le robaron,
en fin. El resultado de esas malas prácticas fue que tuvieron
que amputarle un brazo.
La ingresé a una casa de atención a personas para la tercera
edad en Cuernavaca, para que estuviera atendida mientras yo
trabajaba. Pasó sus últimos años de lo mejor.
Un día fui a visitarla. Fue curioso. Esa ocasión no me tocaba
visita, pero andaba grabando cerca y aproveché el descanso para
ir a ver si había oportunidad. Y sí se pudo.
Contamos chistes de Pepito, de esos inocentes, que a ella le
encantaban. Recordamos la época en que estaba enamorada de
John Travolta y bailaba con la música de los “Bee Gees”. Le puse
sus canciones desde mi celular y así pasamos unas dos o tres
horas, sólo nosotros, entregados cien por ciento. Algo que me
llamó mucho la atención fue que, aunque ella ya se viajaba mucho,
es decir, divagaba, esa ocasión tenía su memoria casi perfecta.
Recordaba todos los detalles, me albureaba, se atacaba de la risa.
Estaba como si tuviera 40 años.
Pasó algo curioso. Luego de eso, me regresé a grabar y al
terminar fui a mi casa. En cuanto llegué para disponerme a
descansar, recibí la notificación de que había muerto.
“Una vez
que me
comprometo con
un proyecto, le entrego todo mi
tiempo y
atención
La vida permitió la oportunidad de despedirse…
Realmente fue toda una bendición contar con esa oportunidad de compartir ese rato con alegría, con calidez, con nuestro amor
a flor de piel. Ella tenía 83 años.
Nos despedimos conviviendo como lo que fuimos y seguimos
siendo: una madre y un hijo que siempre se tuvieron el uno al otro.
¿Qué sigue en tu carrera?
El estreno de mi nueva telenovela, “Golpe de Suerte”, a mitad de
octubre de este año. Y pronto comenzará la preproducción de la
película que coescribimos tú y yo, Edui, y que, como sabes, tiene
un fondo social muy importante. Es un proyecto que refleja mi
preocupación por el estado de las cosas en nuestros tiempos.
También estoy preparando otras sorpresas, pero ya las iré
dando a conocer poco a poco.
Muchas gracias, mi querido Lalo, por compartir con
nosotros. ¡Que sigan los éxitos!