Por: Irma Idalia Cerda
Fotografía: Archivo
Niveles de acoso
Además de invadir tu espacio,
tu intimidad y drenarte tu
energía, un acosador o acosadora puede convertirse en
una verdadera amenaza
porque según su grado o nivel de obsesión, puede llegar a hacerle la vida
imposible a su víctima.
Recientemente en la plataforma Netflix se estrenó la serie “Bebé Reno (Baby
Reindeer)”, creada por Richard Gadd,
quien es el protagonista de esta historia
que le ocurrió a él en carne propia y que
afortunadamente vivió para contarlo.
Donny Dunn (Gadd) trabajaba en un
bar en donde un día entró una mujer
muy afligida, y para hacer la buena obra
del día le ofreció una taza de té gratis,
y a partir de ahí, Martha -nombre utilizado en la serie- empieza a acosarlo
porque en su mente imaginó un potencial romance con ese hombre que
solamente quiso hacerla sonreír.
Creo que a muchos de nosotros nos
han malinterpretado un gesto amable
y mientras quede solamente en una
confusión, no hay mayor problema; en
cambio, si la persona se ha quedado
con una impresión equivocada, puede
hacerse toda una película en su cabeza
que nada tiene que ver con la realidad.
Personalmente tuve una experiencia
de ese tipo cuando estaba muy joven y
empezaba mis prácticas como reportera
en el desaparecido Tribuna de Monterrey, periódico en el que colaboraba un
maestro de literatura que daba clases
en una universidad privada, quien una
vez por semana iba a las instalaciones
del rotativo a entregar sus artículos.
Nos saludaba a todas las compañeras
cuando pasaba por nuestra sección y
una vez me empezó a hacer plática y me
preguntó que, si me gustaba la poesía,
a lo que atiné a decir que había leído a
(Gustavo Adolfo) Bécquer, entonces dijo
algo así como: “Ah, tiene buen gusto”,
y se terminó la conversación.
La siguiente vez que fue a dejar su
artículo, me entregó un libro del poeta
español:” se lo regalo, pues me dijo que
le gustaba su poesía”. Cada vez que se
aparecía en la redacción se iba directamente conmigo y yo lo trataba normal,
pero ya me preocupaba un poco porque
quería saber dónde vivía, mi número
de teléfono y me hacía otras preguntas de índole personal, y cabe aclarar
que en esa época no existían las redes
sociales, ni el correo electrónico, pero
eso no impedía cualquier tipo de acoso
ya sea físico o psicológico.
Incluso dijo que me quería invitar
a cenar a su casa en Navidad, y ahí ya
se prendieron todas las alertas rojas,
pero yo no sabía que hacer (obviamente rechacé la invitación); recuerdo
que se lo comenté a mis compañeras,
y aunque ellas mostraron su preocupación también, no hicimos nada al
respecto.
Para no alargar el relato, lo más fuerte que pasó es que yo tomaba el camión
cerca del periódico y de pronto cuando
me subí a la unidad no me percaté que
él venía detrás y cuando lo vi, hice lo
posible por irme hasta la parte trasera
y tuve la suerte de había mucha gente
que de alguna manera obstaculizaba
el acceso.
Cuando llegó el momento de bajarme,
lo hice lo más rápido que pude y crucé
la avenida para irme casi corriendo a
mi casa, al avanzar noté que él, se había
bajado, pero como era unos 25 o 30 años
mayor que yo, no pudo alcanzarme y
me escabullí. Recuerdo que después de
eso, me empezó a mirar con desprecio
y yo tenía que evadirlo. Afortunadamente no pasó a mayores, pero sí sentí
la angustia y el terror de ser acosada
por alguien que no supo diferenciar lo
que fue trato cordial con un coqueteo
o algo por el estilo.