Réquiem por Anthony Bourdain
Réquiem aeternam dona eis, Domine,et lux perpetua luceat eis.
Lo más absurdo es que era
ateo, y un Réquiem es un
gesto espiritual que seguramente no apreciaría
demasiado. Si, era ateo,
sin embargo, era también profundamente espiritual.
Pero no, no, aquí no rogamos por
el eterno descanso del alma de nuestro hermano Anthony Bourdain,
rogamos porque ese espíritu libertario y poético, irreverente y revelador no se extinga nunca de la tierra.
Hace poco fui al sur, visité una
pirámide dedicada a Quetzalcóatl,
luego deambulé por los pueblos cercanos a Cuernavaca y por la ciudad.
Muchos detalles llamaban mi atención: la efervescencia de las calles, los
efectos de la tremenda opresión que
siempre ha sufrido este país audaz,
un gozo incandescente por la vida
que jamás tendremos los norteños, y
la explosión de sabores en la cocina,
que son y serán siempre una forma de
tocar el cielo con la lengua. De pronto,
entre el ruido y la alucinación propia
de las tierras del sur me di cuenta de
que estaba viendo el mundo como
quería Bourdain. Con una mezcla de
asombro y decoro y con la conciencia
de saberme un intruso fascinado por
un mundo al límite.
Tengo en mi memoria muchos
capítulos de su serie, en todos ocurre lo mismo: un profundo amor por
el otro, en todos ocurre algo distinto:
el sabor milenario de la aventura.
Anthony nos recuerda que la vida y su
gemelo el asombro están al otro lado
del muro. Extraña lección viniendo
de un estadounidense, pero para mí
Tony no es estadounidense, es Tony.
Sin embargo, creo haber descubierto el país que más se parece
a él. No me refiero al país del que
estaba enamorado como podría ser
Vietnam o Malasia, o el país que le
impresionó poderosamente: Japón.
Me refiero al país que más parecido
tiene con Anthony Bourdain, me
refiero a Armenia.
Esto no tiene que ver con elementos étnicos, ni siquiera culturales, y
no sé si él mismo apreciaba este país
más que a otros que visitó, es que yo
creo que involuntariamente ambos
se espejean y se repiten. Armenia
está rodeada de potencias y países en
conflicto, para ser preciso, es un país
en constante estado de sitio. Su geografía es compleja, inestable, inquietante y con grandes dosis de alerta
continua. Siguen padeciendo efectos
de genocidios, invasiones y guerras, y
sin embargo resisten. No sólo resisten, sino que lo hacen orgullosamente.
Tony vivió de la misma manera
su vida, rodeado de fuerzas amenazantes como la depresión, la incomprensión, la dependencia de drogas
y la inercia propia de quien vive así,
contra corriente. Su vida entera
fue una resistencia, una batalla por
conquistar su propio sitio, por ser
digno de sus sueños. Bastaba verlo
caminar por las calles de Tánger o
sentarse a debatir con un magnate
asiático o con un dirigente del Punjab para entender que su potencia
existencial estaba a la altura de
quien fuera. Cómo Armenia, Bourdain hizo de su resistencia una estética, una forma de vida y una fuerza.
Tanto a Armenia como a Anthony los
define el mismo impulso: un orgullo
inquebrantable.
A pesar de los pesares, de los infortunios, del tremendo dolor, de las
derrotas, Armenia y Bourdain convirtieron su existencia en una celebración, en la fiesta de quien sabe lo
que vale un pedazo de tierra o un día
más de vida. Observar la historia de
los dos es entender que hay una partícula de triunfo en cada abismo, y que
desde ahí la vida puede recomenzar.
Otro rasgo revelador los hermana:
el exterior, el afuera. Anthony vivía en
una diáspora constante, era un viajero ejemplar y parte de su ser habitaba más allá de sus límites naturales.
Al mismo tiempo, hay más armenios
fuera que dentro, de tal manera que
este país también se define por su
diáspora. Es decir que millones de
personas se vieron obligadas a vivir en
la poesía y la hostilidad del exterior,
a aprender y comprender un mundo
extraño en donde muchos destacaron, sufrieron y se impusieron a sus
circunstancias. Esta fuga obligada
se transformó en su mayor potencia.
Bourdain se define y se reconfigura
en esa diáspora, la Armenia moderna
también. Ambos se hacen fuertes y
renacen continuamente en sus heridas, en el horror que sufrieron, ambos
son una señal honesta de que la resistencia es posible.
En este sentido, hay más de Tony
fuera de su país que dentro. Sus programas abren la mirada para forzarnos a ver el otro lado. Cruzamos el
umbral para ver un abismo como en
su programa sobre el Congo, otras
una celebración como en Filipinas,
unas más un laberinto como en su
programa sobre Hong Kong, y otras
una inquietud extrema como en sus
apreciaciones sobre México. Entonces, como los armenios, la mirada
sufre una metamorfosis, y es impactada por estímulos tan auténticos que
uno no puede más que contemplar el
verdadero color de la poesía y de la
transformación, de la obstinación y
de la voluntad. Ambos nos enseñan
a vivir, nos muestran que fuera de
nuestra singularidad hay miles de
personas que nos descubren caminos
abiertos, nos indican que los terrores
de la vida al final son formas de perseverar y de resistir. Estas lecciones
son imperdibles para sociedades distraídas como la nuestra.
Tal vez es momento de rogar por
el eterno descanso del alma de nuestro hermano Tony. Como he dicho
ya, seguramente este gesto religioso
no sería muy de su agrado; yo mismo
tengo poco aprecio por la religión.
Pero no importa nada, Bourdain
bien vale una misa.
Réquiem aeternam dona eis, Domine,et lux perpetua luceat eis. Domine,et lux perpetua luceat eis.
Samuel Rodríguez Medina
Email: samuelr77@gmail.com
Instagram: @samuelrodriguezdiciembre
Profesor de
Arte, Cine y Estética en el ITESM campus
Monterrey. Cuenta con un posgrado
en Filosofía Contemporánea por la
Universidad de Granada. Su más reciente
publicación literaria es el libro de
cuentos “La Ausencia” editado por Arkho
Ediciones en Buenos Aires Argentina.